Tres poemas de ʻLumbreʼ

XX

Cabelleras alborotadas atraviesan la plaza.
El viento levanta los vestidos.
Las mujeres llevan un talismán en las manos.
Polvo de ladrillo.
Patios de lluvia.
Los hombres se acodan y esperan.
Todo va poco a poco.
Poro a poro.
Esta tarde es inmensa.

XXV

Tiempo de dejar desnudos los clavos.
Los párpados son pétalos.
En esta casa todo resuena manuscritos,
plantas, lámparas.
La mesa, la cartografía.
Todavía hay fruta en ella.
Entro a la taza del café para que alguien me lea.
Lleno huecos, cajas, frascos.
Una trama envuelve.
Sólo quedará la polvareda.

LXIV

La caída se prolonga.
Lo que sucede es un fruto
que no deja de caer
de un árbol,
es una hoja
que se hace ocre
antes de llegar a tierra.
Caigo.
De mí se va desprendiendo
una palabra
que es fuga.
Se van transformando
el vestido y la voz
en la caída.
Paredes,
troncos se pueden decir nubes.
En el gozo de caer
de seguir entrando
a una botella sin fondo.
Todo lento.
No miro hacia donde estoy cayendo.
Y es otra la inocencia que se asoma
abrumada por el aire,
transformada por el aire.
Como dos amantes cayendo.
En la caída
se seguirán diciendo historias
que otros no pudieron decir
por falta de árbol,
de arrojo,
de espacio.
El cuerpo está dicho.
El musgo en el tronco.

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