Renato Guttuso, ‘Natura morta’, 1973

El extenso alegato que la redacción de El Caimán Barbudo enfrentó a mi breve nota a propósito de Pasión de Urbino, revela entre otras cosas, un aspecto sorprendente de nuestra vida cultural. Ya no basta con tener una opinión, expresarla y hacerse responsable de ella.

Ahora hay que escribir lo que desea o espera la redacción. Y si voy a guiarme por las otras opiniones publicadas en la encuesta, significa que debí moverme entre las medias tintas y el ditirambo. Únicamente así puedo imaginar que la redacción diga que “sólo la respuesta de Heberto Padilla no se ajusta a lo pedido”. El que me haya leído pudo comprobar que yo agoté y hasta trascendí “lo pedido”, pero en ningún momento lo soslayé. Si comparé la novela de Cabrera Infante con la de Otero fue para ilustrar, mediante un ejemplo indiscutible, casi escolar, las diferencias que existen entre el talento literario y la ramplonería.

Pero aun admitiendo que mi respuesta no se ajustara a lo pedido, ¿por qué la redacción no me lo dijo? Tengo excelentes relaciones personales con sus integrantes. De muchos he recibido muestras reiteradas de aprecio intelectual. El hecho mismo de haber solicitado mi opinión para la encuesta es otra prueba. Les he estado viendo casi a diario desde que les entregué mi nota. ¿Por qué prefirieron esperar hasta su publicación para enterarme de que no les complacía, de que no se ajustaba a lo pedido? Yo no la envié a una agencia de noticias extranjera; ni siquiera me referí a su contenido en la entrevista televisada que me hizo –a raíz de su publicación– la emisora BBC, de Londres. Yo la entregué personalmente a un órgano revolucionario de nuestra juventud que hubiera podido discutirla conmigo, someterla a una discusión revolucionaria. Pero esta discusión se llevó a cabo, lamentablemente, con la presencia de todo el mundo menos la mía, se llevó a cabo con el inexplicable propósito de elaborar una respuesta colectiva de la redacción como si estuvieran frente a ese tipo de intelectual trágico descrito por Hegel, que no entiende las exigencias de un proceso revolucionario. Adoptaron el tono y el estilo del que piensa que toda actitud crítica conduce hoy a la vacilación y el egoísmo: es decir, a la contrarrevolución. Si este ha sido criterio de alguien, lo invito a que espere sentado.

Ahora, con la publicación de la nota, la polémica ha sido abierta. Es demasiado tarde ya para cerrarla. Y entiéndase bien que considero correcta la publicación de la nota, ya que siempre estimé que se ajustaba a lo pedido. La práctica democrática es deber, exigencia diaria, del socialismo. Si es cierto que la publicación de esta nota confirma la existencia de nuestras libertades, ¿no es también cierto que haberla escrito significa que su autor creía mucho antes en la existencia de estas libertades?

Mi escrito era demasiado breve. Me pidieron dos cuartillas. Para discutirlas, la redacción ha tenido que emplear un método bastante peculiar: se pone a especular sobre lo que creen que pienso. Escriben, por ejemplo, que al responder a “la encuesta periodística parece que el poeta Padilla se situó mentalmente en el pasado”. Esta expresión, “parece que el poeta Padilla”, justificaría el carácter meramente especulativo, falso, de la premisa si no fuera porque más adelante comienzan a juzgarme a partir de los razonamientos que me atribuyen. Dicen: “Pensar así aquí, en 1967, es bastante triste, pero es un asunto privado. Ahora bien, pensar así de un suplemento cultural de jóvenes revolucionarios, en un país revolucionario, es realmente lamentablemente. Es confundir caimanes con camajanes. Y más lamentable todavía es el segundo razonamiento: «ahora voy a enseñarles a estos nuevos caimanes lo que es tener coraje».”

¿Y quién autoriza a la redacción a endilgarme tales razonamientos?

Esto se llama en psicología proyectar, atribuir a otro, nuestros propios pensamientos y temores. Lo lamentable es que a la redacción se le haya ocurrido este segundo razonamiento (a la redacción, y no a mí), lo realmente lamentable es que se les ocurra pensar que es necesario tener coraje para hacer hoy una crítica en Cuba. ¿Coraje por qué? Coraje hay que tener para enfrentarse al terror o a la muerte. Coraje tuvieron los asaltantes del cuartel Moncada y Palacio, los expedicionarios del Granma. A estas acciones sí corresponde el calificativo de coraje. A nadie se le puede ocurrir que escribir una breve nota crítica sirva para enseñarles a los nuevos caimanes lo que es tener coraje. ¡Pero si todos los días, en nuestros centros de trabajo se discute y censura; si todos los días se ejerce aquí la crítica más abierta y sin temor alguno!

No, yo no tengo que enseñarles a estos nuevos caimanes lo que es tener coraje, porque no estoy escribiendo con la moral del perseguido en una sociedad de explotadores, sino ejerciendo un deber y un derecho.

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No sé cómo puede la redacción imaginar que yo confundo caimanes con camajanes. Esto sería admitir que la revolución prohíje a los cobardes y acomodaticios. Ningún escritor revolucionario puede pensar que al frente de una publicación de nuestra juventud haya camajanes; porque aun cuando este accidente pueda producirse, por alguna misteriosa dialéctica de los fenómenos, estoy seguro de que tarde o temprano serán barridos por la Revolución.

La redacción explica la publicidad dada a Pasión de Urbino (nada menos que cuatro páginas con una reproducción a todo color de la portada) diciendo que “la encuesta se abre precisamente porque los 5 000 ejemplares de la novela se agotaron en una semana”. Que lo hayan hecho porque Ies dio la gana, porque ella se adecuaba a su escala de valores, parece más razonable que el esfuerzo de otorgarle jerarquía artística a la venta de cinco mil ejemplares de una novelita cuyo precio era de cuarenta centavos y cuyo título parece extraído de un catálogo de Corín Tellado. Si querían hacer una encuesta literaria ¿no era más adecuado Paradiso, de José Lezama Lima, que, además de que costaba cinco pesos y se agotó en menos de una semana, merecía atención y análisis, o La noche de los asesinos de José Triana?

Dice la redacción que yo la emprendo a mandarriazos contra Otero, el novelista-funcionario, con una violencia –o un resentimiento– que desborda los límites de la crítica literaria… Pero, ¿cómo reaccionar ante el novelista- funcionario que es capaz de suspender –mediante un típico memorándum burocrático– las obras María Antonia y La cuadratura del círculo, como no lo haría un vulgar censor, sin siquiera haberlas leído? “Al novelista que está aquí, Padilla le opone el novelista que ha emigrado”, escribe la redacción. Yo escribiría: “al libro malo Padilla le opone el libro bueno”. Y evitaríamos confundir la geografía con la literatura, porque, después de todo, ¿qué más quisiera uno que este novelista de aquí pudiera escribir como el de allá, que la novelita del que está aquí dejara de avergonzarnos con la intensidad con que nos enorgullece la novela del que está allá? Pero uno no tiene la culpa de que las cosas sean así.

En ningún momento escribí que ser funcionario de la Revolución sea un oficio maldito, pero no puedo solidarizarme con la afirmación de que es uno de los más hermosos desafíos que puede hallar un escritor en el mundo contemporáneo. Ni siquiera en la Unión Soviética subdesarrollada de los años veinte puedo imaginarme a un Isaac Babel de vicepresidente de Cultura, a un Vladimir Maiakovski de director de Literatura. Es posible citar excepciones, pero serían eso, excepciones.

Teniendo tan cercano el ejemplo de Régis Debray, que asume verdaderamente uno de los más hermosos desafíos que puede hallar un escritor en el mundo contemporáneo, torturado por los gorilas bolivianos por ejercer su tarea de escritor, me parece bastante arbitrario emplear los adjetivos que le corresponden, para designar a un burócrata de la cultura.

En cuanto a que “hemos alfabetizado casi a un millón de analfabetos, hemos becado más de 250 000 estudiantes, tenemos 1 345 000 estudiantes de primaria y cerca de 600 000 trabajadores tratando de obtener el sexto grado, hemos publicado millones de libros, hemos reencontrado la dignidad del artista y el intelectual en la construcción de una sociedad más justa y más libre” lo único que puedo añadir es que esta enumeración es incompleta. Pudieran citarse muchas obras más. En el libro Realizaciones del Moncada (en la segunda, no la primera edición, que es defectuosa) aparecen mejor destacadas estas realizaciones, porque ese era el propósito del libro.

Pero cuando esta exposición de nuestras obras revolucionarias se usa para discutir con un autor cubano que está tan orgulloso de ellas como la propia redacción, el procedimiento se hace, cuando menos, retórico.

La redacción pretende invalidar mi persona para destruir más efectivamente mi razonamiento. Dice: “Mucho de lo que se ha hecho aquí en la cultura –por parte del Gobierno, sus artistas e intelectuales– lo sorprendió fuera, como funcionario de la Revolución. Haber vivido y luchado en Cuba, día tras día, es un privilegio que Padilla no ha tenido. Esto es quizá lo único que pueda disculpar la falta de amplitud –de verdadero espíritu revolucionario– en sus enfoques culturales.” Responderé lo más brevemente posible a esta referencia directa a mi persona. En ocho años y medio de Revolución, solamente he vivido uno en Praga como funcionario del Comercio Exterior. Y esto porque el plan de seis meses de trabajo que llevé a los países socialistas y escandinavos se extendió más de lo previsto.

Durante mi recorrido recibí, en febrero de 1966, una carta del viceministro Benigno Regueira, donde me comunicaba “el acuerdo en que se efectúe tu traslado hacia París para desde allí operar en toda Europa Occidental y Escandinava, y en los casos que sea necesario, en los países socialistas… lo que significaría también un refuerzo para la oficina de París”. Respondí, basado en mis experiencias que el Ministerio compartió, que ese traslado era antieconómico y lo más conveniente era mi regreso.

No me queda más remedio que defraudar a los suspicaces que andan diciendo que mi nota es producto del resentimiento por haber perdido no sé qué extraño poder. Antes de mi viaje a Praga, fui miembro del Consejo de Dirección del Ministerio del Comercio Exterior, y director gerente de la Empresa Cubartimpex, y por decisión mía, no continué siéndolo.

Nadie me expulsó de allí. Hice, incluso, la presentación pública del compañero que me sustituyó. Guardo, entre mis papeles más queridos, el texto firmado por todos, con que me despidieron los compañeros de la empresa. Conjuntamente con la Dirección de Organización del MINCEX elaboré el proyecto de creación del Instituto del Libro; en su estructura y propósitos trabajamos diariamente. Pero yo creía y creo que la dirección de una empresa cualquiera debe estar en manos técnicamente calificadas.

Sólo por esta razón solicité a mi Ministerio que me permitiera cesar en la gerencia de Cubartimpex y, finalmente, reintegrarme a una tarea más de acuerdo con mi formación y mi capacidad. ¿Cuáles han sido mis otras prolongadas estancias en el extranjero? Londres, en 1960, donde estuve unos meses exclusivamente para abrir la primera sucursal de Prensa Latina en Europa Occidental; la Unión Soviética, donde estuve en 1963, no como funcionario de la Revolución, sino como simple redactor del periódico Novedades de Moscú.

A causa de estos viajes que no fueron de andar por las nubes, ¿puede decirse que no he tenido el privilegio de luchar estrechamente en la Revolución? ¡Por favor! Sólo la ligereza puede disculpar esa falta de amplitud –de verdadero espíritu revolucionario– que consiste en dar de mí la imagen de un hombre que sólo ha vivido tres días en su patria.

Esta ligereza aparece hasta cuando pretenden citarme textualmente.

Escribí “oscuro burócrata” y reproducen “oscuro funcionario”; escribí “humilde, grave y difícil tarea” y copian “humilde, importante, difícil misión”. Pero si hasta leen e interpretan con igual ligereza. Reproducen, sin entenderlo, un cuento polaco muy conocido entre los escritores. Ese relato tiene nombre y autor. Se trata de “El proceso” de Slawomir Mrozek, donde el escritor arremete contra las falsas jerarquías establecidas a partir del “ángulo de flexión de la espina dorsal del escritor, su edad y los cargos desempeñados en el Gobierno”. En el contexto perfectamente definido de la Polonia de nuestros días “un cabo escritor no puede criticar el poema de un teniente escritor, quien no tiene más remedio que aplaudir los cuentos del capitán escritor que, a su vez, debe elogiar las novelas del general escritor por muy malas que sean”.

De este relato de Mrozek, la redacción extrae una curiosa moraleja: “en Cuba, donde los escritores nunca han tenido grados, esa estructura se mantuvo durante el capitalismo sobre la base del escritor amigo y la crítica compromiso”. Pero son incapaces de advertir que, en una Cuba que ha roto esas estructuras, se da el caso de que un simple escritor no puede criticar a un novelista-vicepresidente sin sufrir los ataques del cuentista-director y los poetas redactores parapetados detrás de esa genérica, la redacción.

Aunque es obvio que todo artículo firmado representa el criterio del autor sin que el periódico o la revista tengan que compartirlo forzosamente, la redacción se ha sentido obligada a definir su posición respecto a las afirmaciones que hace Heberto Padilla, no en lo que a ellos concierne, sino asumiendo el lugar de quienes hubieran podido hacerlo por su propia cuenta. Lo cual me hace suponer que no se trata de una simple respuesta de la redacción, sino de un texto debidamente consultado por los organismos a que aludí.

La réplica a mi planteamiento es la siguiente: “Guillermo Cabrera Infante, funcionario de la Revolución durante varios años, vive ahora en Londres. Padilla pregunta las causas por las que no se reintegró a su cargo de agregado cultural en Bruselas (quizás otros se sorprendieron de que se le hubiera nombrado en ese cargo)… Sólo hay dos motivos normales por los que un funcionario cubano en el extranjero es relevado de su cargo: 1) porque se considera más necesario aquí, donde debe reintegrarse a su organismo o asumir otras tareas para las que esté capacitado, y 2) porque el Gobierno Revolucionario no lo considera ya la persona idónea para el cargo. En ningún caso el Ministerio de Relaciones Exteriores está obligado a declarar públicamente por qué el funcionario ha sido relevado.” Pero el que haya leído mi nota sabe que yo no pregunto las causas por las que Guillermo Cabrera Infante no se reintegró a su cargo de agregado cultural en Bruselas. Yo no he preguntado absolutamente nada. Yo afirmé textualmente que “los burócratas del Ministerio de Relaciones Exteriores no explicaron en aquel momento, ni lo pidió nuestra Unión de Escritores, que cada día es más un cascarón de figurones, las causas por las que Guillermo Cabrera Infante fuera bajado del avión que lo conducía de regreso a Bruselas”. Yo no discutí, ni sería capaz de hacerlo, la facultad de nuestro Ministerio para relevar a un funcionario de su cargo por los dos motivos normales a que se refiere la redacción. Señalé concretamente el procedimiento anormal seguido con un funcionario como si se tratase de un delincuente vulgar. Hice esta afirmación que continúa sin respuesta, que no aclara ni niega el texto de El Caimán.

La redacción considera revolucionarios certeros a quienes impidieron que Guillermo Cabrera Infante tomara el avión de regreso y pone en duda a los que lo nombraron. ¿Y quién pudo nombrarlo, sino el Ministerio de Relaciones Exteriores? ¿Quién pudo aprobar ese nombramiento sino el propio Ministerio? Si había razones para que otros se sorprendieran de que se le hubiera nombrado en ese cargo, como dice la redacción, ¿por qué se le nombró? ¿Por qué no se le llamó antes a Cuba, si había expirado el término previsto por el MINREX? ¿Por qué se esperó a última hora, al momento de tomar el avión para aplicar el drástico procedimiento? ¿Fue en ese momento mismo, luego de haberse despedido cordialmente de su Ministerio, después de una estancia en Cuba que hubiera permitido lógicamente analizar con tiempo suficiente su actuación en el extranjero, cuando cambió todo por arte de magia y apareció un motivo que justificara el impedir a toda costa su regreso? ¿Qué motivos exigían esa actuación políticamente tan inepta? ¿Qué acusaciones se alzaban delante de quien hasta cinco minutos antes de tomar el avión gozaba de la confianza de su Ministerio? Debieron haber sido muy considerables para justificar que no se diesen explicaciones ni públicas ni privadas. ¿O es que su separación no estaba considerada dentro de los dos motivos normales por los que un funcionario cubano en el extranjero es relevado de su cargo?

Y si había otros motivos tan graves que fundamentasen un tratamiento así, ¿por qué ese propio Ministerio le permitió abandonar el país y dirigirse a nuestra embajada de Bruselas y recoger sus efectos personales?

Efectivamente, como afirma la redacción, Cabrera Infante solicitó un permiso –que le fue concedido– para ausentarse del país por dos años. Lo solicitó varios meses después de esperar inútilmente que se aclarase su situación y el término aún no ha expirado y ahora la cancela bruscamente la redacción. Le acusa de insolente, le reprocha que se encuentre en un sótano de Londres y no en su casa del Vedado, escribiendo y trabajando para su país, para sus propios lectores, como lo hacen los escritores de la Cuba Revolucionaria.

Pero, ¿se detuvieron a pensar en esto los que bajaron a Cabrera Infante del avión, o los que se sorprendieron de que se le hubiera nombrado en su cargo: sus, en fin, constantes y eficientes impugnadores? A juzgar por el tono airado con que lo enjuicia la redacción, ¿debemos suponer que lo deseaba ver realmente en su casa del Vedado, trabajando y escribiendo para su país, para sus lectores?

Guillermo Cabrera Infante se encontró prácticamente solo, en medio del afecto de unos pocos. Se encontró solo frente a funcionarios que nunca dieron explicación alguna. Y tomó la decisión –que no comparto– de solicitar un permiso para irse por dos años al extranjero y los trámites de su viaje marcharon sobre ruedas. Su expediente se cerró como se había abierto: incorrectamente. Y la redacción se pregunta por qué no se encuentra en su apartamento del Vedado, escribiendo relatos. A reserva de que sea Cabrera Infante mismo quien responda, no resulta difícil imaginar que, después de agotados los medios que estuvieron a su alcance para aclarar su caso, haya creído salvar su dignidad, aún a riesgo de aparecer como nuestro enemigo.

Algunos amigos me advierten que puedo estar haciendo la defensa de un culpable. Es posible, pero a condición de que esa culpabilidad sea probada. Lo inadmisible es que un culpable –escritor eminente– se beneficie del equívoco creado por nosotros o sufra las consecuencias de un error cuya responsabilidad debe exigirse a quien la tenga sin cobardía de ningún tipo.

Ciertos marxistas religiosos aseguran por ahí que revolucionario verdadero es el que más humillaciones soporta: no el más disciplinado, sino el más obediente; no el más digno, sino el más manso. Allá ellos. Yo admiraré siempre al revolucionario que no acepta humillaciones de nadie y mucho menos a nombre de una Revolución que rechaza tales procedimientos.

Si en nuestra sociedad podemos ser destruidos por un informe que se convierte en sentencia inapelable, en un fallo indiscutible contra el que nada puede la voluntad de esclarecimiento de nuestros compañeros y guardamos silencio, quiere decir que nos hemos hecho cobardes sin que lo sospecháramos y tenemos la sociedad que merecemos.

En ningún momento de mi escrito enjuicio la sociedad cubana actual y mucho menos soy capaz de cometer el deplorable error de juzgar a Cuba con esquemas importados productos de otros tiempos y otras situaciones históricas como afirma la redacción; en principio, porque ninguna realidad puede ser juzgada con esquemas, ni importados, ni de producción nacional. Pero el hecho de que en Cuba se puedan repetir errores de otros tiempos y de otras situaciones históricas ha dejado de alarmarnos. Muchos de esos errores se han repetido ya y se han reconocido públicamente. En tan corta vida revolucionaria hemos tenido, incluso, nuestro stalinismo en miniatura, nuestro Guanahacabibes, nuestra dolce vita, nuestra UMAP. Si estos errores han sido superados –dejando por supuesto, sus huellas– es porque la naturaleza de nuestra Revolución los rechaza orgánicamente. Eran males nacidos y desarrollados a pesar de la mejor dirección revolucionaria, pero males que crecían y se desarrollaban estableciendo ingratas analogías con otras situaciones y otros tiempos.

Ninguna adhesión, ninguna ortodoxia de Estado por muy espontánea y juvenil que sea puede ignorar estos peligros. Sobre todo en Cuba, donde las nuevas instituciones sociales han sido apenas esbozadas, donde aún no tenemos una constitución socialista y hace menos de dos años se fundó el Partido que hasta el momento no abarca a todos los sectores del país. No se trata de andar cazando los errores de la Revolución para hacerla estallar, ni aun cuando se haga a nombre de la verdad. Esto puede resultar a veces más perjudicial que útil. Pero tampoco se trata de ponerse a decretar a nuestro antojo el fin la historia prevista por Marx, mientras nos instalamos en una incesante provisionalidad que remite al plano teórico toda discusión urgente de los problemas y hace reinar sobre el país una moral de emergencia. Es la sociedad en que vamos a vivir la que está en juego.

A riesgo de parecer ingenuo, creo que ocho años y medio de Revolución, le plantean al escritor cubano nuevas tareas, acaso las más difíciles.

No importa que en la estructura aún primaria de nuestra sociedad no pueda desempeñarlas cabalmente. Pero ese día está llegando ya. Entonces no bastará con adscribirse apasionadamente a una razón de Estado, por mucho amor y respeto que ella merezca. Como ha escrito recientemente Solzhenitsyn, “una literatura que no capte el ambiente de la sociedad en que se realiza, que no se atreva a entregarle a esa misma sociedad sus penas y temores, que no avise a tiempo la amenaza de peligros morales y sociales, una literatura de tal índole no merece llamarse literatura, es solamente una fachada”. Así ejercerá plenamente su tarea en nuestra nueva sociedad, dentro de la Revolución, no a un lado, ni frente a ella, asumiéndola.

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HEBERTO PADILLA
Heberto Padilla (Puerta de Golpe, 1932 - Auburn, 2000). Escritor cubano. Residió en los Estados Unidos entre 1949 y 1959. Regresó a Cuba en el 1959 y se incorporó al equipo de Lunes de Revolución. Fue corresponsal de Prensa Latina en Londres, y director de Cubartimpex, empresa cubana exportadora e importadora de artículos artís­ticos y culturales. Fue encarcelado el 20 de marzo de 1971, acusado de “actividades subversivas”, y puesto en libertad el 27 de abril. En 1980 fue autorizado a abandonar el país. Entre sus libros publicados en Cuba se cuentan: El justo tiempo humano (Unión, La Habana, 1962), La hora (La Tertulia, La Habana, 1964), Fuera del Juego (Unión, La Habana, 1968). Fuera de Cuba publicó una novela, En mi jardín pastan los héroes; un libro de recuerdos, La mala memoria, y varios libros de poemas: Provocaciones, El hombre junto al mar, Un puente, una casa de piedra.