‘Se va del aire’, Orestes Hernández, 2009

Orestes Hernández (Holguín, Cuba, 1981) acostumbra llamar a sus obras comentarios, y en realidad parecen serlos, están permeados de una sutileza que legitima su singular manera de expresar. La esencia para él es interrogarse una y otra vez sobre el orden que las cosas han ido adquiriendo a través de aquello que puede calificarse como rutina. En su poética la profundidad se desprende del conflicto, ya que el modo de abordarlo está atravesado por una meridiana sencillez que se apoya en la capacidad de mostrar, sin muchos artificios, la naturaleza de lo que se representa.

En sus intervenciones suelen conjugarse con exactitud los soportes utilizados con la naturaleza del evento, que en definitiva penetra para obtener la ganancia de la metáfora, la cual constituye el sostén espiritual de la representación. Seleccionar objetos, superficies, ocuparse de como disponerlos para que puedan manifestarse con franqueza y de manera estética a un mismo tiempo, es el principal reto que parece imponerse a su propia sensibilidad. Así, la mente queda bajo presión, buscando a través de los sentidos respuestas rápidas y contundentes.

Algunas de las muestras personales de Orestes Hernández son relatos que ironizan y confían en que el mundo puede irse reordenando a partir de las razones de cada cual. En este reordenamiento se le agrega a la actividad parodiada una fuerte dosis de emoción. Al trastocarse las leyes del acontecimiento originario se funda una versión libre y transgresora, capaz de señalar con audacia hacia el punto donde un objeto, hasta ese momento común y corriente, adquiere a través de la manipulación una energía propia, que lo hace militar dentro del territorio donde una idea bien encaminada lo convierte en arte.

El principio de lo espontáneo es el aliado número uno de Orestes: en su manera de operar funciona a las mil maravillas aquello de encontrar las dos puntas de un cordel, para más tarde apropiarse con gracia de todo el espacio existente entre ambas. A esto debemos agregar que en cada nueva operación que realiza sorprende, no suele para nada arrastrar la resaca de la anterior. Sus intervenciones son pequeños ciclos, o maneras de comprender el mundo, que van aconteciendo compulsadas por una inquietud interior, que a través de ciertos impulsos traza las reglas de juego.

Orestes Hernández no exagera a la hora de emplear la textualidad, pero posee un don indiscutible al hacerlo. Las frases que elabora vienen cargadas de un ingenio proveniente del diálogo con lo popular-cotidiano y son decisivas en el efecto que la obra termina consiguiendo en la conciencia del público. Así, suelen aparecer en su trayectoria pequeños trozos de lenguaje, que impactan con facilidad, y luego dejan como herencia en cada víctima un bichito salvaje, capaz de remover significados alrededor de la mencionada provocación. “Qué salga el sol por donde salga”, “se acabó la salsa” y “se va del aire” vienen siendo ejemplos de esa eficaz manera de expresar.

En la contemplación minuciosa parece estar el origen de muchas de sus ficciones. Reincidir una y otra vez en un mismo paisaje, hasta llegar a captarlo a través de un simulacro de alucinación, forzado por la carga de lo obsesivo, es un tipo de proceso incorporado al quehacer de Orestes Hernández. Una suerte de violencia que termina produciendo lirismo donde reinaba lo ríspido y el caos. En esa cuerda, el artista me cuenta sobre su contacto con un pasaje de destrucción localizado en la entrada trasera del Instituto Superior de Arte de La Habana (sitio donde se graduó en el 2006). Al mostrarme las fotos, y simultáneamente ir escuchando sus palabras, descubro que unos enormes trozos de escombros han transitado de su carácter literal hacia una imagen cinética poblada de vida y hasta de un sonido que nos hace creer que estamos acechados por la marea.

Para hablar de una extrema economía en el empleo de los recursos expresivos, el mejor ejemplo que nos ofrece su trabajo es la pieza Se va del aire (2009). Una composición simple, formada por una pata de cabra, un clavo, y un pequeño trozo de madera. Aquí resulta excitante la relación entre los elementos, se crea un estado de suspenso que a la postre parece ser la clave del éxito. La función de cada cual, sin podérnoslo explicar, va adquiriendo una categoría poética: el clavo intentará resistir, la pata de cabra intentará arráncalo del sitio donde se encuentra, el trozo de madera apoyará a la pata de cabra, pero mientras todo siga congelado, ciertamente persiste la metáfora.

Las obras de Orestes Hernández gozan de la expansión, despliegan una gracia muy particular a la hora de copar el espacio y transformarlo en un campo de enfrentamiento conceptual. En esa batalla involucra elementos venidos a menos, colocándolos desde puntos estratégicos para que puedan irradiar significados y agenciarse una belleza que nunca han poseído. De esa manera transcurren las cosas En el viejo truco de los efectos, muestra exhibida en La Galería René Portocarrero, del Teatro Nacional de Cuba en el año 2010. Allí el espectador tuvo que enfrentarse a un campo de golf improvisado, que constantemente lo incitaba a participar y convertirse de súbito en parte de la obra. Los objetos fueron amañados para que el juego fluyera, y de esa manera la pieza alcanzara la plenitud.

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En la Operación Harleys, desplegada en El Pabellón Cuba y sus alrededores, también en año 2010, el artista convocó a un grupo numeroso de harlystas, acompañados de sus motos clásicas para, a partir de la presencia de estos, inquietar con varios tipos de interrogantes a los que espontáneamente se convirtieran en observadores. Fundamentalmente se puso en juego la relación del hombre con ciertos fetiches, a través de los cuales, en ciertas circunstancias, se suele buscar el sentido.

En el año 2012, Orestes Hernández presentó en la Galería Servando Cabrera Moreno la muestra Llegó el malhechor, un buen ejemplo de lo que me gustaría llamar arte estricto, sobre todo por la asombrosa capacidad para prescindir de cualquier expresión de la retórica, y ajustarse a una búsqueda impostergable a partir de la más simpática austeridad. Por momentos, Hernández se interna en un minimalismo extremista, pero funcional, donde ciertos rasgos de chapucería, no son más que gestos reflexivos e ironizantes. Llegó el malhechor especula en torno a las falsas apariencias, y desde la naturaleza rústica, parece emanar una cáustica desconstrucción de lo patético.

La pintura es otro momento importante dentro de su trabajo, la mayoría de las piezas producidas bajo este soporte se concentran en las muestras En la viña del señor y Limonada fría. En la primera parece ocurrir una relectura desacralizadora de algunos pasajes de la historia del arte, específicamente vinculados con el impresionismo y sus derivados, asumidos con un marcado desborde del color y cierta violencia en las ideas.

En particular, el lienzo Qué tu miras (2009) parece muy eficaz al concretar esas pretensiones de manera rotunda y clara. En las piezas de Limonada fría todo es más leve, y a la vez explicito, el mundo de la animación interviene de una forma u otra casi en todas las imágenes. Aquí los textos que acompañan a las obras alcanzan una magnitud esencial, y constituyen un rastro apropiado para intimar un poco más en la poética de este artista.

Para que el que contemple dicha pintura representa un dato valioso saber que Orestes también se aventura en el campo de animación (Mente-muñe, Art Now, Claxon del arcoíris y Panteón solar). Con punzante minimalismo deconstruye códigos, adentrándose en un nuevo ejercicio de ironía que, si es cierto que funciona como tal, también alerta sobre su capacidad de reproducir el núcleo de sus obsesiones a través de este lenguaje.

Resulta llamativo e inquietante que un espíritu que tiende a infinitas posibilidades de la representación plástica, encuentre al mismo tiempo un apasionamiento singular y admirable por la pintura. Esto lo confirma su persistencia dentro de este soporte durante los últimos años, en los que sin dudas, ha profundizado su relación de desenfado con las distintas aristas de la tradición, consiguiendo exquisitos divertimentos que disertan sobre las poses y manías de nuestro raciocinio

Pintar sin complejos, con una soltura que garantiza la expresión cómplice de los que hemos seguido su obra, es una constante que lo revitaliza. Estas piezas pueden estar realizadas sobre el lienzo, el playwood o la alfombra (Augurios de la mente (no) —2017, Real no, low –2015– y Carpa dormida –2015–), pero su efecto, la atmosfera que crean y la sensación que dejan es muy semejante en todos los casos. Algo estalla a partir del color y el gesto, sus consecuencias se disfrutan, pasan a formar parte de un presente polémico, atestado de información.

El objeto escultórico Casting (2019) y la instalación El cielo es enorme, pero no le crece la yerba (2019), ambas realizadas con materiales poco comunes en el arte tradicional, confirman la actitud de una obra que progresa y de un temperamento que una y otra vez resulta ser su más preciado cómplice.

 

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