Si me preguntan: “¿se cree usted en la obligación de escribir sobre lo que ha visto en Cuba?”, respondo: “no”. Si Cuba necesita de mí no es en este aspecto, a fin de que yo relate mi emoción ante Cuba. Pues si yo lo hiciese, si yo refiriese mi emoción ante Cuba, esto es, ante un acontecimiento revolucionario de capital importancia, yo no podría hacerlo a partir de un conocimiento insuficiente de la causa de esta emoción, sin haber vivido esta causa como un escritor cubano. En otros términos: si yo, escritora de izquierda no-cubana, nacida y educada en la ciénaga reaccionaria de Europa, describiera mi horror ante la sociedad burguesa francesa sería más útil a la Revolución cubana que hablando de ella, de esta Revolución. Es decir: si animada de “buenos sentimientos” aceptara hacer desaparecer el escritor que yo soy para “cantar” lo que he visto aquí, pondría al servicio de Cuba un escritor mutilado, inútil, falso.

¿Quién escribirá sobre Cuba?

Los cubanos: dentro de dos, de quince años. El hombre de Cuba será su escritor. El hombre de Argelia, de Vietnam, también. No nosotros. Y espero que lo sean con una libertad incondicional, con todas sus oportunidades y sus riesgos.

¿En qué sentido estos escritores deberán escribir para ayudar a la Revolución cubana?

En el sentido propio del término. La pregunta –tan frecuentemente planteada– carece de objeto. Si ustedes sienten palpitar la Revolución al mismo ritmo de su sangre, entonces escribirán sobre Cuba, y solamente en este caso. Vale más callarse que escribir sobre Cuba para hacer un servicio a la Revolución. Atención: no olviden que los grandes cementerios de escritores de izquierda europeos están llenos de inválidos, de gentes de buena voluntad que, en nombre de la buena consciencia heredada del viejo cristianismo, se han castrado.

¿Usted no cree en la literatura comprometida?

Creo en el compromiso revolucionario del escritor, por definición. Y, al mismo tiempo, rigurosamente, creo en la libertad incondicional del escritor. Ustedes pueden superponer los dos movimientos; creo en el compromiso revolucionario del escritor, luego en su libertad incondicional. En veinte años el zhdánovismo no ha dado más que nulidades porque, ante todo, no presentía siquiera la actividad creadora. Y más cerca de nosotros, cuando Sartre opone a un niño del Tercer Mundo muerto de hambre a una obra literaria, da libre curso a una “antigualla”: la culpabilidad del “alma burguesa” frente a la injusticia. Es un falso Sartre quien habla en este caso, un hombre que traiciona al mismo tiempo al niño muerto y a la literatura.

La emoción que he experimentado en Cuba, no sé, no puedo saber qué camino seguirá dentro de mí. Puede que se sitúe al nivel de una relación de amor, de una aventura radicalmente distinta: locura, delirio. Y, sin duda, yo no la reconoceré. Se habrá transformado en el ejercicio de una sinceridad mayor; devendrá frescura de visión, inteligencia de la felicidad. Irá adonde ella quiera la emoción esta. Se manifestará, a su debido tiempo, de una manera imprevisible. Libre, dueña de sí misma.

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¿Cree usted en la escritura colectiva?

Sí, y tan completamente como creo en la escritura de la soledad, como creo en la experiencia revolucionaria, y del mismo modo que esta última no es posible sino a partir de la madurez interna en cada uno, creo que la escritura colectiva no es posible sino a partir de la madurez singular de cada escritor de la colectividad. Aquí las dos experiencias se funden indisolublemente: esa, siendo yo misma, lo más libremente, esto es, lo más profundamente que me sea posible, llego a alcanzar el fondo, la zona universal de mí misma. Si me limito, por ejemplo, a un inventario superficial, perezoso, “enseñado” de mis aspiraciones, yo no me conozco sino dentro de una perspectiva psicológica que no desemboca en nada, social-balzaquiana, cerrada sobre mi diferencia con los demás. Si, por el contrario, yo me libero de las contingencias de mi carácter, de los accidentes de mi educación y, sobre todo, de mi historia, la inevitable historia de mi Yo, llego a conocerme en una perspectiva que llamaré de la “alteridad del Yo”. En esta perspectiva desaparezco en tanto que accidente de la personalidad y renazco en tanto que persona, alcanzo la fuente desalterante de un Yo sin fronteras.

Esta revelación –la alteridad del Yo– es el equivalente de una revelación poética, metafísica, esencial. El pensamiento político, el combate revolucionario, el arte, son los caminos para alcanzar esta alteridad del Yo. Y es ahí que el maravilloso accidente de un amor –el amor por Cuba– desembocará en un amor universal. Cuba ha realizado esto a la escala de un país: ustedes son el mayor país del mundo desde el momento que sus fronteras han saltado. Y entonces comprenderán lo que quiere decir: pasar de la patria de la personalidad a la humanidad de la persona.

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