Léon Spilliaert

Pais-aje, taxidermia, vaciado en yeso, espéculo. En Algodón del sueño, cuchillo de los zapatos… por una brecha lezamiana, la poeta nos asoma a lo que son ya sus aposentos: donde la nieve cerrada espesa y flaquea hasta ser crepitar primaveral; donde la llama(da) de la tierra aguarda, encogido el manto del aliento, sus tibios esponsales con el aire… Mas no es precisamente dulzor humanizante. ¿Crudeza? Consciencia de los ciclos. Objetividad. De ahí las figuras (parajes y también objetos, animales) que se nos aparecen dibujando abstracciones, geometrías, como contra un cristal tomado por la lluvia. Equidistante y calmo, contemplativo de suyo, el ojo de agua absorbe y devuelve (como desde el principio, entre anfiteatros de pinos; como otrora, por la nuca, adelantando su lengua subterránea) los enjambres/embalajes que habita, que lo inundan. Ese lujo natural en que se sabe inmer/nso.

B/pordadora de heráldicas, vuelta sobre oficios (por enseres) antiguos: red para mariposas, nudo-nidal de pipa, tambor de cubilete, ojal de aguamarina, dentadura postiza y quilla solitaria, Alessandra Molina vivisecciona, resignifica cuanto la tienta o ronda. ¿Engulle o surte en remolinos de símbolos? Mejor decir engasta, construye (protegiéndose) como se encofra un armadillo, su propio ciclo(d)rama. Interpreta, levanta las vigas-yemas de su teatro de (g)estaciones, empareda lo visto en su coto de caza y capta más que cimenta la arquitectura de un pensamiento circular, el “Lugar” de sus id(e)as y ven(i)das, para volver la brújula hacia ese claro al fondo de los días nocturnos. (Des)teje así, en donde la aquieta, el camino a la casa o primavera de la noche…, donde descansar/descalzarse por fin del laberinto del yo.

¿Se (nos) da? Se contrae con la más diminuta floración. Se (a)dela(n)ta: sigiloso el resuello, en vigilia como el ramaje punzante que ella aspira y despierta. Y hablo de bosques que fueron de polen (en cristal), de bronquios y bronquiolos, de muebles cabeceras, de dedos como algas y lenguas diminutas, flor ósea, campo de corazones amarillos riendo bajo el sol; y que hoy (devueltos) son boscajes de espirales goteantes, de agujetas de bronce, de gorjeos mentales, de ensueños y palabras musgosos o torcidos, antes que ser ese follaje rumoroso que parte las puntas de las ramas por las que asciende reb(r)otando. Se rev/bela así una escritura que habría de ser auscultada, pues, por sus tropismos, taxias, nastias. Crecimientos umbríos dados al más leve (con)tacto con el otro o ni siquiera, y también como maraña de cuernos que rompe el cúmulo de aire para extraer su abracadabra, su puerta de golpe. Páginas que sería esencial recorrer en su acomodamiento (que no encono) al paisaje, donde se entroniza ahora a ver nevar, reverdecer y volver a lo blanc/do. ¿De cuántos modos el bosque puede responder al calor de una existencia que es continua crecida (y descamar) de cristales, manantial y apoptosis? ¿De cuántas formas puede recubrir la palabra su “Convalecencia”, y maquillar el dolor refinado que penetra en la fronda de la boca como un buitre, devolviéndola de un pujo [a] la maleza y otra vez, en “Rescoldos”, al monte vespertino?

Por escenarios asimismo entumecidos, mudos, allá y acá sin pastor, rebusca el ojo a sus pariguales, en un disfuerzo por alzar vasos comunicantes: amigos de la infancia o de viejas molduras de país, amorcillos de cuento, ca/ondenas filiales que la obligan a volver (la cabeza), ya para siempre exterior, sorprendida en su papel de extrañ[a] de sí. Y al paso en la “Taberna” o en la mesa de juegos, en un pueblo de Gales, o entre las aguas de [una] playa recóndita, al borde de una bochornosa explanada, recoge también diálogos forajidos/ forasteros (menos amargos pues, menos silentes que los “íntimos”), donde repuntan con el grotesco (entredientes/entretanto) una sensualidad, un carcajeo, una rabia de humor. Más que esos vaciados de yeso, opúsculos de zoología donde se solidifican ambientes y conductas; donde pasean sus rituales el bebedor y el extranjero, el jugador y el guardián, me compelen los textos donde explora el peso (la pesadumbre) de la identidad, a través de las manos de la “Niña que quedó atrás”, o del escudo de “ligereza” proporcionado por la moda a la muchacha con torso de varón, quien solo así logra desenvolverse como entre “Afines”. Llama la atención este conjunto de textos donde en contraste con la alquimia del crecimiento arbóreo y de los cambios de estación, no prospera más que la marca de la herencia, no de lo arrancado a la vida cotidiana sino de lo venido en andas de la sangre, que eleva aquí muros infranqueables, trillos sin aparente vueltatrás.

Compartiendo su fuerza alegórica y la persistencia de lo totémico o tabuado, destacan los blasones del buitre, el toro y el búho, cuyo simbolismo provoca a escarbar entre las capas de representación. En un rejuego de toma y daca (que Caridad Atencio ha descrito muy bien cual “leyenda telúrica”), ese en que hombre y naturaleza se diluyen entrecruzando chispas (como lluvia en la nieve), este trío escenifica acaso, cada uno a su turno, la trabazón angustiosa del amor en la carne, las horas fofas de la espera que antecede (y sucede) a la lid y la pesadilla de un pueblo a-negado en discursos.

Sostenida la última clave frente a una escritura de escurridiza plurivocidad, poco ofrecida a las violencias de que la lean como apuntalada a un contexto, parece a saltos poco errabundo preguntarse, entre la escarcha: ¿cuánto puede alejarse el [a]brazo de mar de una voz que, en mitad de una “Taberna”, nos sorprende reencontrándolo a través de un lago, que por despiste pierde entre la nieve, y que al menor traspiés vuelve como “la franja de arrecife […]/ las ciudades con puerto,/ la bahía,/ la madera de bosque donde pega una playa?” Reacia a interrogantes que vienen respondidas en su pátina rancia, burlándose de las cruces geográficas, la poeta ensaya, hacia el final del libro, otra escapada y se refugia en la “Patria del idioma”, allí donde las mandarinas son circularmente primavera y escorbuto. Entre podredumbre y simiente gira el trompo del ciclorama. Esa ha querido ser su “Naturaleza”: “pudre un nuevo corazón,/ ignora, ignora/ sedimenta”. La casa está donde la lengua (de tierra) em/yerge.

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JAMILA MEDINA RÍOS
Jamila Medina Ríos en poesía: Huecos de araña (Premio David, 2008), Primaveras cortadas (México D. F., 2011), Del corazón de la col y otras mentiras (La Habana, 2013), Anémona (Santa Clara, 2013; Madrid, 2016), País de la siguaraya (Premio Nicolás Guillén, 2017), y las antologías Traffic Jam (San Juan, 2015), Para empinar un papalote (San José, 2015) y JamSession (Querétaro, 2017). Jamila Medina en narrativa: Ratas en la alta noche (México D.F., 2011) y Escritos en servilletas de papel (Holguín, 2011). Jamila M. Ríos (Holguín, 1981) en ensayo: Diseminaciones de Calvert Casey (Premio Alejo Carpentier, 2012), cuyos títulos ha reditado, compilado y prologado para Cuba y Argentina. J. Medina Ríos como editora y JMR para Rialta Magazine. Máster en Lingüística Aplicada con un estudio sobre la retórica revolucionaria en la obra de Nara Mansur; proyecta su doctorado sobre el ideario mambí en las artes y las letras cubanas. Nadadora, filóloga, ciclista, cometa viajera; aunque se preferiría paracaidista o espeleóloga. Integra el staff del proyecto Rialta.

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