Presentación

El Salón de Mayo de París se asentó en La Habana entre julio y agosto de 1967. Un grupo de jóvenes artistas en Francia, partidarios de la resistencia y el arte de vanguardia, lo había fundado nominalmente en plena ocupación nazi, pero no fue hasta terminada la Guerra en 1945 que tuvo su primera presentación. Su afluencia por la isla debe mucho a la fascinación que había generado la Revolución cubana en artistas e intelectuales europeos –ya decepcionados del reverso estalinista y los derroteros del franquismo– y al programa gubernamental para atraer con el turismo político y cultural los favores de potenciales inversores, prestamistas y aliados militares. La propuesta surgió de Wifredo Lam, partícipe in situ de la ola surrealista de la plástica francesa, y recibió el apoyo del periodista y exdirector del periódico Revolución, Carlos Franqui, quien por sus bien llevadas relaciones con las autoridades gubernamentales se convertiría además en el organizador del evento en La Habana.

A finales de junio empezaron a esparcirse por la prensa y el territorio cubanos los nombres de artistas con formación y sensibilidad más o menos diferentes y en representación de una proclamada diversidad de tendencias de la plástica en auge y no tanto: artistas como Bernard Rancillac, Corneille, Antonio Recalcati, Delfino Leonardo, Valerio Adami, Eduardo Arroyo, Jean Messagier, Leonardo Delfino, Piotr Kowalski, Irene Domínguez, Víctor Vasarely, Lourdes de Castro, Edmund Alleyn, René Bertholo; intelectuales, críticos y periodistas más o menos leídos como Michel Leiris, Peter Weiss, Juan Goytisolo, Jorge Semprún, K. S. Karol, Maurice Nadeau, Alain Jouffroy, Marguerite Duras, Dionys Mascolo, Michel Ragon, Dennys Chevallier, Georges Boudalle; y pintores cubanos que residían en Francia como Agustín Cárdenas, Jorge Camacho, Tomás Marais.

La lista superaría el centenar y medio de personas. El grueso llegó entre un vociferado ambiente de festividad nacional que la propaganda y la logística oficial se habían encargado de orquestar con diligencia. El aterrizaje del avión que traía a los invitados del Salón coincidiría con la despedida de los atletas que partían a los Juegos Panamericanos de Winnipeg en el Aeropuerto Internacional de La Habana. En la televisión y la radio nacionales los vítores a las arengas por los derechos humanos en el Teatro Chaplin de los delegados extranjeros a la Primera Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) se mezclarían con los coros del Encuentro de la Canción Protesta en Varadero. Y los estudiantes de artes plásticas que ostentaban “los logros de la educación artística” en la Semana Juvenil de la Cultura, emplazando los caballetes en la Plaza de la Catedral y La Rampa, se verían, en las páginas de los periódicos, también caminando por la Galería Latinoamericana de la Casa de las Américas donde la muestra Pintores y guerrillas estaba emplazada.

Así, las actividades de naturaleza expositiva del Salon de Mai quedaron asimiladas a un programa curatorial de Estado que procuraba mostrar y generar la ilusión en los visitantes de participar del sueño vanguardista de fundir arte y vida, voluntad individual y proyecto político, en una sola revolución. Rara fue la actividad en la agenda que desembarazara el arte de la política oficial. Despuntando por todo lo alto con el happening de la noche del 17 de julio en el Pabellón Cuba –donde las cámaras de televisión a base de reflectores captaron la hechura del mural Cuba colectiva, intervenido por alrededor de un centenar de pintores foráneos y locales, escritores, estudiantes de arte, dirigentes convidados, montadores–, la experiencia cubana de los saloneros se nutrió a lo largo de dos meses con los signos y la retórica del aniversario del ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, presidido por Fidel Castro y sellado en carnaval; la inauguración de las obras de Gran Tierra, en Baracoa; la visita al Museo de la Alfabetización y la granja Sandino en Guane; la empresa Cubatabaco y el Plan Banao en el centro del país; las playas de Soroa y Varadero; los encuentros con estudiantes y maestros, mesas, paneles, charlas, talleres.

Fue el 30 de julio cuando se inauguró el Salón de Mayo en el Pabellón Cuba de La Rampa habanera con un discurso del canciller Raúl Roa profuso en citas a las palabras del Fidel Castro en la Biblioteca Nacional en 1961. Con curadoría del arquitecto Fernando O’Reilly, las piezas de casi doscientos artistas se dispusieron en cuatro salas, de modo que el espectador podía transcurrir de los vanguardistas más jóvenes e inquietantes a los venerados del movimiento. Al espacio dedicado al objetivismo, el cinetismo y el op art le seguía la sala destinada a los artistas cubanos y el tema Cuba. Y en las últimas dos secciones se encumbraban Picasso, Max Ernst, Miró, Lam, Roberto Matta, Jorn, Karel Appel, y demás.[1]

Como un antídoto a posibles “efectos alienantes” de tanta plasticidad venida del extranjero, las autoridades, siempre suspicaces con los amigos, y en su tradición de contraponer la imaginería de la plaza sitiada a toda creación que identificaran con “tufillo pequeño-burgués y liberal”, pidieron y lograron anexar a la curaduría original objetos ejemplarizantes del discurso oficial sobre las lindezas de la guerra de guerrilla, la potencialidad económica y militar del país bajo la gestión revolucionaria y la resistencia contra el imperialismo. Así, salpicados por el Pabellón, unos dentro, otros fuera, se mostraron copias facsimilares de una carta de los tiempos de la Sierra Maestra de Fidel Castro a Celia Sánchez, y de aquella célebre en que se despedía Ernesto Guevara al partir de Cuba; un cañón automático calibre cuarenta en posición de combate; y algunos ejemplares de ganado que Castro había hecho traer de Canadá para cruce genético con el local –y al que los espectadores, con envidia seguramente, miraban tan cómodos al interior de cámaras climatizadas–. Una feria de libros, en su mayoría editados por Gallimard, permanecía cerca de un mural con la imagen del martirizado Abel Santamaría, al que se rindió tributo semejante en las páginas del catálogo de mano diseñado para entregar a los que entraban al Pabellón.

La fiesta duró lo suficiente como para ser replicada en las instalaciones del Museo Bacardí en Santiago de Cuba, desde el 20 de septiembre hasta el 7 de octubre, y para la reincidencia de algunos invitados del Salón en el Congreso Cultural de La Habana en enero del sesentaiocho. Pero no mucho más. Se sabe que no todos los escritores y artistas que habían tolerado en julio de 1967 el desplante de Fidel Castro, al dejar vacío el cuadrante que tenía reservado para su pinta en la espiral de Cuba colectiva, permanecieron luego tan calmados ante las noticias sobre el enjuiciamiento y la condena a Aníbal Escalante; el cierre y destroce de la aún joven Galería de Arte Contemporáneo, en la antigua Funeraria Caballero de la calle 23; la escalada contra la propiedad privada que ya venía anunciándose desde la tribuna y el micrófono y se convierte en ley en mayo del sesentaiocho; la declaración de apoyo a la invasión soviética en Praga; el encarcelamiento de intelectuales y periodistas acusados de espiar para la CIA; y los sucesos del primer y segundo caso Padilla.

No extraña a nadie entonces que hasta hace más bien poco el paso por La Habana del Salón de Mayo de París permaneciera clasificado entre esa amnesia de archivo a la que la historia oficial condenó los tantos y mal llevados episodios de abjuración del Gobierno castrista. Un tanto sí que aun desde el exilio los investigadores y críticos de arte hayan prestado poco caso al asunto.

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Todavía en 2012, Carlos Espinosa se apresuraba desde su cátedra en Mississippi a publicar unas notas al escuchar de la presentación en Cuba de un volumen monográfico sobre el evento. No sé si entonces ya estaba al tanto de que ese libro, más que una novedad, venía a ser el colofón de una serie de reivindicaciones al interior de la Institución de aquel último abrazo que se extendieran el Gobierno militar de La Habana y la vanguardia artística de la izquierda occidental. Su autora, la investigadora y profesora universitaria Llilian Llanes, es presentada en la contraportada de su Salón de Mayo de París en La Habana, julio de 1967 (Ediciones Arte Cubano / Consejo Nacional de las Artes Plásticas, 2012) como una brillante contribuyente a la historia del arte cubano por traer a la memoria colectiva “uno de los acontecimientos culturales de mayor trascendencia para la Isla en la década del sesenta”. Lo que se guarda el redactor de la nota es el porqué de la suspensión de ese reconocimiento, algo que de seguro lo hubiera llevado también a dar cuentas de las razones que prorrogaran ocho años la llegada a librerías de una investigación tan aclamada –según dato de la propia Llanes.[2]

Evidentemente, no bastó su larga carrera de funcionaria al frente del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, ni el haber dirigido durante quince años la Bienal de Arte de La Habana, para cumplir su deseo declarado de transmitir sus ideas y vivencias sobre el Salón a las nuevas generaciones de artistas y críticos.[3] Antes bien, el célebre evento debió pasar por el proceso de readecuación en la historia de la cultura cubana reciente, hecho a paso de Perestroika y con la recurva a ciertos discursos y proyecciones políticas de juventud del Gobierno revolucionario, si bien no siempre motu proprio.

Haciendo un poco de arqueología, se podría rastrear la secuencia de recuperación del archivo del Salón al interior de la isla. En 2003, un grupo de especialistas franceses habrían rescatado el epítome simbólico del evento, el mural Cuba colectiva de las catacumbas (hay quien dice que también de las termitas) del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), para llevarlo cerca del Sena. Según algunas versiones, sus paneles no tomaban el sol desde la Segunda Bienal de La Habana en 1986 –en lo que parece tuvo algo que ver la insistencia de Lou Lam o la muerte de Lou Lam que no llegaría a verlo expuesto en vida a pesar de su insistencia–.[4] Según otras,[5] desde 1989, cuando fuera enviado a la Maison de l’Amérique Latine de París, donde una expo que celebraba el bicentenario de la Revolución francesa, hacía también un guiño a la cubana y, sin dudas, al espejismo contra el que se golpearon varios de aquellos camaradas y coupagnon de route que turistearon por La Habana en busca de euforia social.

En 2004, el MNBA, incorporándose a la reconstrucción oficial de los relatos y los símbolos de los primeros tiempos posteriores a 1959, situará el restaurado Cuba colectiva como joya de época en la exposición Mirar a los 60. Antología cultural de una década, que deparó posiblemente uno de los primeros intentos –escueto, discreto– por valorar el Salón parisino al interior de la Isla.[6] Cuatro años después, volverá a ser engranado en una muestra del “arte de la nación”, que The Montreal Museum of Fine Arts importó en versión del MNBA y la Fototeca de Cuba, bajo el nombre Cuba. Arte e historia, de 1868 hasta nuestros días. Este caduceo proporcionó un voluminoso catálogo donde figura un artículo sobre el Salón, firmado por un autor cuyo vínculo con el arte en la isla aún está por verificarse.[7]

El libro de Llanes en 2012 llega entonces para despejar las dudas y los fantasmas al interior de la Institución. Al menos, algo de su influjo recibe en 2017 el Museo para que se decida al destape con la exposición La gran espiral, con un despliegue de las obras donadas por los pintores franceses, películas, fotografías, documentos, y por supuesto, el mural. Una de las curadoras del equipo que diseña y monta, Delia María López Campistrous, es también la redactora de un extenso ensayo para un catálogo que no desmerece la atención, primero, por la calidad visual y la cumplida ilustración, y segundo, porque es la primera vez que, desde los soportales institucionales, se vocea, además de la valoración estética del fenómeno, tanto los repetidos acontecimientos del locus sesentista de la Revolución como aquellos que pusieron en evidencia la nunca depuesta severidad reprensiva y la más que anunciada sovietización de su Gobierno.

Es por esto que sorprende un tanto el subtítulo de un medio digital que por esos días noticia el homenaje del MNBA cuando insiste en el “olvido” del Salón de Mayo. Ya para entonces, desde el exilio, investigadores como el propio Carlos Espinosa y Duanel Díaz Infante, con mayor o menor dedicación, y desde sus respectivos intereses, habían dedicado páginas al asunto.[8] Antes aun, en el sitio Penúltimos Días, César Beltrán –movido por la coincidencia de la macroexpo oficialista en Montreal y otra de la Colección Ramos en Daytona– comentaba desde su vivencia personal, las derivas a mal del mural Cuba colectiva. Y claro, ya circulaban las anécdotas de la épica callada de Carlos Franqui en Cuba, la revolución: ¿mito o realidad?, memorias de un fantasma socialista (2006), y las memorabilias de los “amigos de la Isla”, venidos a menos en la élite verde olivo, estaban copadas de episodios y desencanto.[9]

Es cierto que además de escasas, las tintas sobre el Salón han caído a cuentagotas y en un grado de dispersión que dificulta su rastreo y el esbozo de un retrato mayor, sistémico si se quiere. Pero para el día de hoy ya ha dejado de ser el tabú lapidado por los administradores de la memoria en la Isla, al menos en lo que al anecdotario se refiere, al menos siempre que se pespunte con cuidado. Si por un lado, todo indica que los abordajes se fueron dando paralelamente en las dos, tres o cuatro orillas, por el otro hay que decir que en todos está la marca de la urgencia –lícita, comprensible, por supuesto– por el recuento y la parcialidad documental y de perspectiva: a veces por el celo de la censura o la eficacia de la autocensura, a veces por falta de intereses o por la creencia de que el tema en sí no es más que uno de los actos de esa obra que cierra por todo lo alto en el Congreso Nacional de Educación y Cultura; a veces, simplemente, por la falta de acceso a los materiales enquistados en anaqueles no siempre generosos.

Por eso, y porque podría propiciar una inmersión desde la crítica de arte, pero también desde la historia intelectual y los estudios de política cultural, es que hemos querido reunir aquí algunas de los textos que circularon en la prensa oficial del momento y que son parte elocuente de una de las mayores mitologías que generó el Gobierno revolucionario a propósito de la relación entre el poder y el artista, entre el compromiso cívico y la libertad de creación y pensamiento.

Reconociendo el valor de ruta del compendio de Llilian Llanes, primero y único en su tipo, este expediente propone una vuelta a algunas de las fuentes originales para entregar una versión revisada y debidamente referenciada de los textos que reproduce. Dispuestos en tres segmentos, en principio rescatamos los artículos que integraron el catálogo de mano Salón de Mayo (Talleres de Granma, 1967), donde se hacen confluir los adagios proverbiales de “Palabras a los intelectuales”, el entusiasmo de un Gudmundur Erró, que veía en los campos de trabajo forzado una buena iniciativa de Castro para cultivar la educación física de los pintores y escritores, y una previsora y escéptica Marguerite Duras quien, ni corta ni perezosa, renuncia a su derecho y teme al deber de escribir sobre lo que ve en su viaje. Además, exhumamos un grupo (sólo un grupo) de crónicas, reseñas, artículos y entrevistas dispersos en publicaciones como Granma, Bohemia, La Gaceta de Cuba y Revista del Granma. Aderezan la selección el discurso de Fidel Castro en el acto político el 26 de julio de 1967 y un fragmento de un antológico ensayo del estalinismo cultural, publicado en 1975, del crítico marxista José Antonio Portuondo. Su lectura en diálogo atraviesa el resto de los documentos y anima al día de hoy la resaca de aquella festinada Gesamtkunstwerk. Esa que todavía, aunque trasnochada, muta en secuelas.


DOCUMENTOS | Salón de Mayo, La Habana, 1967

1. Del catálogo Salón de Mayo, Pabellón Cuba, La Habana, 30 de julio de 1967, Talleres de Granma, 1967

1.1. Alain Jouffroy: “La revolución del arte es el arte de la revolución
1.2. Denys Chevalier: “La escultura
1.3. Dionys Mascolo: “La Revolución: sombra o luz (primera reflexión sobre la realidad cubana)
1.4. Fidel Castro Ruz: Fragmento del discurso por el XIV Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1967
1.5. Gaston Diehl: [Mensaje enviado al Presidente de Cuba, al Primer Ministro y participantes del Salón de Mayo en La Habana]
1.6. Georges Boudaille: “En el Salón de Mayo. La generación de cuarenta años o la abstracción lírica
1.7. Gérald Gassiot-Talabot: “Una nueva generación figurativa
1.8. Jean Schuster: “Notas sobre el arte en la revolución
1.9. Jean-Jacques Lévêque: “Los objetivistas y los cinetistas
1.10. José Pierre: “¿Dónde está el Surrealismo?
1.11. Juan Goytisolo: “Exigencias del artista
1.12. Marguerite Duras: [Si me preguntan…]
1.13. Michel Ragon: “Arte abstracto
1.14. Pablo Picasso: [¿Qué creen ustedes que es un artista?…]
1.15. Raúl Roa: “Palabras de apertura del Salón de Mayo

2. De la prensa y revistas de la época

2.1. Yvon Taillandier: “Historia del Salón de Mayo” (Revista del Granma, La Habana, 13 de julio, 1967, pp. 5-8).
2.2. Enrique Román: “Entrevista al pintor Jean Messagier” (Granma, La Habana, 9 de agosto, 1967, p. 5).
2.3. Enrique Román: “No creo en la pintura separada de la historia: Arroyo” (Revista del Granma, La Habana, 12 de agosto, 1967, p. 10).
2.4. Georges Boudaille: “Las lecciones del Salón de Mayo” (Revista del Granma, La Habana, 12 de agosto, 1967, p. 9).
2.5. [Un señor de edad observa el letrero que dice, en francés, ‘Salon de Mai’…] (Revista del Granma, La Habana, 19 de agosto, 1967, p. 3).
2.6. Leonel López Nussa: “Vísperas del Salón de Mayo” (La Gaceta de Cuba, La Habana, año 6, n. 60, julio-agosto, 1967, p. 5).
2.7. Pedro Pérez Sarduy: “Agustín Cárdenas” (La Gaceta de Cuba, La Habana, año 6, n. 60, julio-agosto, 1967, p. 9).
2.8. Pedro Pérez Sarduy: “Diálogo con el pintor Camacho” (La Gaceta de Cuba, La Habana, año 6, n. 60, julio-agosto, 1967, p. 8).
2.9. Raúl Palazuelos: “Varios participantes del Salón de Mayo opinan” (La Gaceta de Cuba, La Habana, año 6, n. 60, julio-agosto, 1967, pp. 6-7).
2.10. Roberto Valdés Muñoz: “Conversación con Rancillac” (La Gaceta de Cuba, La Habana, año 6, n. 60, julio-agosto, p. 8).
2.11. “Setenta y cinco intelectuales y artistas declaran su apoyo al Congreso Cultural de La Habana y a la lucha armada de los pueblos oprimidos” (La Gaceta de Cuba, año 6, n. 60, julio-agosto, 1967, p. 6).
2.12. Salvador Bueno: “Salón de Mayo. Escritores y artistas invitados” (Bohemia, La Habana, 8 de septiembre, 1967).

3. Otros

3.1. Alain Jouffroy: “La gran espiral” (Llilian Llanes, Salón de Mayo de París en La Habana, julio de 1967, Arte Cubano Ediciones / Consejo Nacional de las Artes Plásticas, La Habana, 2012, pp. 112-114).
3.2. Fidel Castro Ruz: “Discurso pronunciado en el Acto por el XIV Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1967” (sitio web oficial Fidel. Soldado de las Ideas).
3.3. José Antonio Portuondo: “Itinerario estético de la Revolución cubana” [fragmento] (Unión, año XIV, n. 3, septiembre, 1975, pp. 18-19).

4. Audiovisuales

4.1. Santiago Álvarez, dir.: Noticiero ICAIC Latinoamericano: Salón de Mayo [fragmento], ICAIC, 7 de agosto, 1967, 1:36 min.
4.2. Bernabé Hernández, dir.: Salón de Mayo (documental), ICAIC, 1968, 17 min.


Notas:

[1] Cfr. “Un señor de edad observa el letrero…”, Revista del Granma, La Habana, 19 de agosto de 1967, p. 3.

[2] Llilian Llanes: Salón de Mayo de París en La Habana, julio de 1967, Arte Cubano Ediciones / Consejo Nacional de las Artes Plásticas, La Habana, 2012, p. 5.

[3] Ibídem, p. 7.

[4] Ibídem, p. 80.

[5] Cfr. Delia María López Campistrous: “La gran espiral. Cuando el arte era parte de la vida”, en La gran espiral. Cincuenta años del Salón de Mayo de 1967. 13 de octubre al 11 de diciembre del 2017 [catálogo], Museo Nacional de Bellas Arte / Embajada de Francia en Cuba, La Habana, 2017, p. 38.

[6] Cfr. Hortensia Montero Méndez: “Salón de Mayo. Su recepción en el arte cubano”, en Mirar a los 60. Antología cultural de una década [catálogo], Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana, 2004, p. 36.

[7] Günther Schütz: “París en Cuba 1967: Salón de Mayo y Cuba colectiva”, en Nathalie Bondil (coord.), Cuba. Arte e historia, de 1868 hasta nuestros días, Lunwerg Editores, Barcelona, pp. 276-285. Günther Schütz al parecer ha sido investigador asociado al Instituto Caro y Cuervo en Bogotá. Además de este trabajo sobre el Salón y una reseña a un libro de Cintio Vitier, el resto su relación intelectual con Cuba parece poco probable.

[8] Carlos Espinosa Domínguez: “El año en que mayo cayó en julio”, Cubaencuentro, 7 de septiembre de 2012; Duanel Díaz Infante: La revolución congelada. Dialécticas del castrismo, Verbum, Madrid, 2014.

[9] Piénsese en Harald Szemann, Pierre Golondorf, Hans Magnus Enzensberger, K. S. Karol, entre otros.


* Expediente coordinado por Roberto Rodríguez Reyes. Agradecemos a Pablo Argüelles Acosta y Dayneris Machado por la ayuda en la gestión y reproducción de varios de los materiales que componen este expediente.

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