Yo sí leo ‘La Noria’: ¡Prensa, prensa! ¡Salió el 16!

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Portada de la más reciente entrega de la revista 'La Noria'

Desde el domingo 6 de octubre en la mañana se colgó el número 16 de la revista La Noria en las redes sociales, comenzando por esa endemoniada Incubadora que no deja de empollar. Liberado por fin del papel, llega el nuevo número de este proyecto que se piensa desde 2009 en una zona caliente entre Santiago de Cuba y Guantánamo. Con su pujanza taurina, que este 16 le redobla –en la charada–, La Noria amenaza con más; se disemina online pero quiere papel –que llegará cuando las aguas mansas de la coyuntura se lleven la sangraza de estos días.

Los poetas Oscar Cruz y José Ramón Sánchez, esos malditos, tantas veces mal/bendecidos por el escándalo, son sus editores. El escritor Javier L. Mora es su corrector. La diseña Gabriel Cascante. El logo de la revista es un regalo de Gustavo Wojciechowski.

A quien no se haya cruzado con el vendedor de periódicos de Antonia Eiriz, desgañitándose al rajar la mañana para ofrecerle La Noria como el café del wake up, este pdf le viene de perillas porque viene con su índice general, ordenado onomásticamente, del número 0 al 15 (2009-2019). Al recorrerlo, se conocen las traducciones (de Katerina Seligmann, Mariana Rodríguez, Valerie Mejer-Josefa González, Katherine Hedeen-Víctor Rodríguez Núñez, Urayoán Noel, Francisco Díaz Solar, Omar Pérez, Jesús David Curbelo, Osmany Oduardo…), los ensayos (de Mirta Suquet, Idalia Morejón, Lizabel Mónica, Rafael Rojas, Román de la Campa, Walfrido Dorta…), las narraciones (de Dazra Novak, Jorge Enrique Lage, Osdany Morales, Ahmel Echevarría, Raúl Flores Iriarte, Abel Fernández-Larrea…), los poemas de allende y aquende los mares (de Nanne Timmer, Soleida Ríos, Reina María Rodríguez, Nara Mansur, José Kozer, Carlos Augusto Alfonso, Octavio Armand, Juan Carlos Flores, el grupo Diásporas…), que la han llevado en andas por diez años, “conectada respirando” –como en una canción de Jorgito Kamankola.

Porque La Noria ha sido contra resistencias institucionales, y con un tesón de ampanga sus realizadores han seguido echándola desde sus páginas y poniendo malo el picao. Como dice en su página de Facebook, Legna Rodríguez Iglesias –quien conquista corazones aquí con el retintín musical de “Fotos y recuerdos”– “sus progenitores […] se han llevado buenas zurras por seguirla haciendo”.

¿Qué tiene La Noria que parece una santanilla, que le da picazón a algunos (o sea, majá, impétigo, varicela, sarna, sarampión)? ¿Qué tiene esta niña mala que se mantiene, además de esa guerrilla sintáctica apasionada por la subversión? Plataforma de la Generación Años Cero ha sido llamada. Pero la productividad de sus imaginarios no tiene edad ni localización predicha. Su terreno es el dienteperro –como en su portada–, el marabuzal, la tea incendiaria. Sus lecturas van y vuelven del pasado para pensar la “futurición” –al decir de Gelsys María García Lorenzo– mambisamente, en invasión a boquejarro. Si la inadvertencia es la marca de una zona de esta hornada, en La Noria se palpa –me permito repetirlo–, junto a la tachadura de la Isla, la desautomatización sociohistórica que atraviesa todos los campos del pensamiento y las artes.

Como Ciclón, Diáspora(s) y Cacharro(s), en su momento, como toda revista que más que mover corpus genera textos a la manera de lo que quiere pensar y de cómo quiere proyectarse, no se puede negar que poéticas cubanas abraz/sadas a/por lo lírico o el neobarroco han entrado aquí con un corrimiento hacia lo noria, llamándose a capítulo. Tampoco ser editado por ellos es jamón. Lo digo desde el respeto a la coherencia. Porque esta gente te batea sin pestañar o te editan en un movimiento de acción-reacción, con idéntico no mercy que el que se aplican a sí mismos. Así, han tenido ganancias haciendo parir bilis y almidón, si bien se han encontrado también con voces y cabezas tan tercas como las suyas, de las que tienen bien plantada la libertad de ir siendo. Por eso, y en corcoveo agresivo, lo que proponen cada año viene sin monorritmo ni monocromía, polifónico, en textos que pluralizan, dinamitan los paravanes fronterizos de la identidad, la política, la historia, la sexualidad, la lengua, la cultura.

Este número 16 abre con un dueto holguinero: un ensayo de Ángel Pérez (1991) escolta la poesía de J.L. Serrano (1971), premio Nicolás Guillén con Los perros de Amundsen (2019), libro que a su vez está conectado con el experimento audiovisual homónimo de Rafael Ramírez –otro de la tierra de Arenas, Baquero y Caín–. El poema publicado “La totalidad de los hechos” es una colección de sonetos, “Himnos largados a los cuatro vientos”, que ponen en colapso, con pastiche inclusivo, cualquier “ética euclidiana”: retórica que desretoriza. Recolocan la fragilidad de los sujetos, blanco de los discursos (“Cadáveres en marcha” –al decir de Serrano– enjaulados en el “espectáculo político-cívico” al decir de Ángel Pérez) como sus ejes simultáneos, para preguntarse por la existencia in vitro de este país y cerrar con mueca martiana: “¿Estamos en el baile todavía?”

Con la poesía del santaclareño Idiel García Romero (La Criolla, 1980) La Noria vuelve sobre otra obsesión que tiene lastre y cola en otras poéticas de los “machos cabríos” de la redonda. La útil meditación sobre la poética, que suele imantar estas páginas –y que fue práctica consuetudinaria del grupo Diáspora(s)– se empantana en prescripciones de tono duro que entreveran el campo de la minería con lo masculino, para dar, con la dureza y la demolición de lo viejo, una supuesta validez al texto y terminar con etiquetas equívocas.

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Poner el foco en la minería es hallazgo aquí, en relación con lo poético, aunque imagen de una Ilustración que trató a la tierra de estos modos, queriendo penetrarla y domeñarla con el espéculo de la especulación científica. Reiterando el desmán de echarlo abajo todo, del “vigor” revolucionario, cuando de sobra sabemos que la borradura total es de un ridículo absurdo, y que todo regresa y se resemantiza, como las aguas de la noria, mal acaba el último poema de Idiel, al sugerir que no se trate a la página como a una “burguesita” y que es mejor darlo todo en la pista (en la mina) con ella, porque “una página insatisfecha es peor que una puta”.

Ver que se sigue operando y categorizando desde los estancos del patriarcado y la obreríada, que los estigmas sobre el sexo transaccional perviven inamovibles –como la tentación por él y como las piedras que el escritor pretende remover– me deja anonada. Sobre todo, al rencontrar inopinadamente su marca –incómoda, en cuanto reincide en rechazar a la mujer, contemplándola “como [a] una puta”– en el desvío final del cuento “La fe y los desterrados”, de Alberto Garrido (Santiago de Cuba, 1965), quien se interna también en el deslumbramiento de la escritura, el arte, el amor, la vida y la muerte.

Carlos A. Aguilera (La Habana, 1971) se impone con una narración (“Néklas & Néklas”) sobre las contradicciones crónicas entre padres e hijos de cualquier latitud. Su cruento y sardónico zoom sobre la abducción que ejerce la pantalla en esta era nos lanza en un viaje por enveses políticos, históricos, humanos. Contra totalitarismos y obcecaciones, siempre, como los poemas, sóficos e intertextuales, de Gelsys María García Lorenzo, donde televisores y tanques tampoco se detienen casi nunca, y el individuo –bajo el mismo pavor que pintó Heberto Padilla– sigue siendo un “cadáver necesario”.

Marcelo Ariel (Santos, 1968), traducido del portugués por el limeño Manuel Barrós, traza un remanso entre los ramalazos temáticos y estilísticos, para plantar su rara “flor” en lo noriesco, y ocuparse de misterios sutiles, como la imposibilidad de atrapar la luz de una jaula, y también de la expansión del ser.

En la selfie de Legna Rodríguez Iglesias está su instalación por los Mayamis, en esa existencia “artificial y común” que le es insoportable de la Florida, porque –para decirlo con Marcelo– “la propia vida / no contiene / suficiente espacio” para el despertar de nadie como ella. De su continuo y suertudo ocio, de su asiduidad al no saber quién es ni a dónde irá en el safari diario. Su paso de “enana” en y más allá de la ventana, la lleva a constatar que es la madre de su lengua y de su escritura, que su tierra está en el regazo donde posa su computadora, para propulsarse en/hacia cualquier latitud y longitud.

Julio Jiménez (Santiago de Cuba, 1974), con “Pellejo” –como Carlos y Legna– nos deja ávidos por seguir leyendo. La suya es una historia que –como anuncia– se enfoca en quienes les echamos ganas al porno desde la época de las postales, las novelitas gastadas, los Beta y los VHS hasta las USB; unos, catalogando hasta las heces a sus hacedores, otros, solamente de gozo en goce.

Bien mirada, la adicción por La Noria –de fanes y censores– se lleva con pasión parecida a la que pinta viva(z)mente Julio. Este formato, en que se habían podido descargar online otros números, acerca a la revista a los pellejos, sus iguales. El 17 quiero que sea un audiolibro o una novela gráfica por entregas. Me sentaría con el manos libres –con ellas entre las piernas, pero siempre en la mente– a escucharla o mirarla por doquier. Una buena página –parafraseando a Henry Miller– ha de resistir y emular los efluvios del cuerpo y el alma, ¡ese par!

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JAMILA MEDINA RÍOS
Jamila Medina Ríos en poesía: Huecos de araña (Premio David, 2008), Primaveras cortadas (México D. F., 2011), Del corazón de la col y otras mentiras (La Habana, 2013), Anémona (Santa Clara, 2013; Madrid, 2016), País de la siguaraya (Premio Nicolás Guillén, 2017), y las antologías Traffic Jam (San Juan, 2015), Para empinar un papalote (San José, 2015) y JamSession (Querétaro, 2017). Jamila Medina en narrativa: Ratas en la alta noche (México D.F., 2011) y Escritos en servilletas de papel (Holguín, 2011). Jamila M. Ríos (Holguín, 1981) en ensayo: Diseminaciones de Calvert Casey (Premio Alejo Carpentier, 2012), cuyos títulos ha reditado, compilado y prologado para Cuba y Argentina. J. Medina Ríos como editora y JMR para Rialta Magazine. Máster en Lingüística Aplicada con un estudio sobre la retórica revolucionaria en la obra de Nara Mansur; proyecta su doctorado sobre el ideario mambí en las artes y las letras cubanas. Nadadora, filóloga, ciclista, cometa viajera; aunque se preferiría paracaidista o espeleóloga. Integra el staff del proyecto Rialta.

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