Seis por tres: una lectura en el Cementerio de Espada

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‘Una lectura’ en Estudio DNasco

Llego antes de las 7 p.m. a Una lectura. La calle Espada me recuerda a una amiga sordomuda que nunca más he vuelto a ver. Una lectura musaraña. Una lectura telaraña. Caminaba sobre el Cementerio de Espada. Pensaba en los “huecos de araña”, para decirlo como Jamila Medina Ríos. Pensaba en lo borroso y lo invisible del Cementerio de Espada. Llego antes de las 7 p.m. asombrada, se me invitó a una lectura de poesía sin ningún adorno: Una lectura.

Dicen que las lecturas de poesía se dedican a emperifollar la praxis de la lengua. Una está ahí, están las palabras, están los poetas y está esa distancia enorme entre la escucha y lo que se dilata o difumina en una sala sonoramente. El espacio más o menos convencional que ha escogido nuestra aburrida época de la institucionalización, la lectura de poesía cuida su emperifollado aburrimiento, con sillas para el auditorio y una mesa larga para el poeta.

Esta vez, Larry J. González, Oscar Cruz y Jamila Medina Ríos no eran solo poetas, voces, no eran ellos con un cartel lumínico e imaginario “Generación Cero”, estaban ahí para leer a otros y, acaso, leerse en otros. Ellos tres saben que una lectura de poesía no tendría que ser otra cosa que una lectura, así que no se esforzaron para que aquello pareciera una lectura: la habitación vacía, justo al centro un espacio que estimulaba mi relación de líneas imaginarias ante otros espectadores, mis pies acomodándose repetidas veces y mi cerebro dictando que debía recostarme a la pared, doblar la rodilla y pegarla al pecho, ser consciente de que cualquier gesto me adormecía o excitaría.

El anuncio decía: “No sillas. En el piso o de pie con aire acondicionado”. Del mismo modo que pensaba en el olor a humedad de lo que queda del Cementerio de Espada en Aramburu recordaba el anuncio que aparecía en el cartel, muy cerca del logo de la Embajada de Noruega.

En el piso del Estudio DNasco me recosté a una pared y me senté junto a Oscar, saludé a los amigos, los (des)conocidos, poetas y artistas tirados en el suelo también. La lectura fue la cosa más melancólica de todo Cayo Hueso. Es fácil pensar en la melancolía cuando son nombradas la poesía o cuando las lecturas se programan los lunes; pero no me refiero a la melancolía de magazine o soft porn o Wichy Nogueras o emperifollar o praxis o Instituto de la Melancolía Histórica, sino a algo de jocoso y derrumbado que disipaba musarañas y le daba a Una lectura el placer adictivo que radica en no hacer otra cosa que leer o escuchar. Pienso en lo que muge de “El selenita” (Juan Carlos Flores) reproduciéndose en un cuerpo: “El hombre del radio receptor envejeció, enfermó, murió con el radio receptor junto a la oreja”.

Larry, Oscar y Jamila leen a Pedro Marqués de Armas, Juan Carlos Flores y Javier Marimón, y esta decisión es lo que define todo. Ponen en escena a tres poetas que serán leídos con la simpleza del encuentro: nadie documentó Una lectura, nadie grabó un archivo de voz, lo que sucedió esa noche no se reproducirá infinitamente. Reproducir Una lectura sería traicionar a los poetas evocados.

Estos versos de Oscar Cruz (d)escriben lo que se tambalea en el piso del Estudio DNasco: “no era el Ícaro de Brueghel / era el solo de Juan Carlos / ahorcándose”. En la calle Espada y su filmografía histórica cabe la exactitud de que todo hecho “es el recuerdo del recuerdo de un filme fundido en un solo y vago pasaje” (Pedro Marqués de Armas). La energía de Una lectura es extraña: estaban en un mismo lugar seis poetas que todavía me dicen cosas.

Tres rondas, leían, Anthony, Antoine, Antonio, carnicero, plato, útero, vulva, todo bélico, épico, fétido, carnicería romántica postcolonial, abre y cierra, protesta radial, silencios largos que llenaban el centro vacío, el abismo que se disponía para que yo mirara a Yornel que tenía los ojos cerrados ahuyentando de sí el musarañeo.

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Tres veces cada uno, perdí la cuenta, leían sin explicar, leían sin anunciar, sin la didáctica cita, sin contar el porqué de Una lectura, sin ningún cartel lumínico para oficiar el encuentro, leían.

Lo peor de una lectura de poesía son los porqués. Aquí era fácil saber que lo que justificaba el encuentro era que ellos querían estar ahí y querían poner en nuestros tímpanos una idea de homenaje que no sabe a serpentina, sino a “volver sobre la angostura del cuentagotas y la cualidad profiláctica” (Larry J. González).

La numerología, letanía, constreñían, repetían, y leían, leían, y yo los miraba a ellos en mí y a las musarañas en mí y a los ojos de los amigos, los (des)conocidos, poetas y artistas acomodados, melancólicamente, en el suelo.

Poco a poco se agrandaba el vacío, el vacío de la galería que resonaba como una catacumba familiar y se me enredaba el pelo. Todo sucedía a través de los ritmos que otro poeta, Omar Pérez, sentado en una esquina de la sala, marcaba con su mano derecha en su sien y martillaba “como los malos / aprendemos a fallar”.

Sería espléndido que Espada no fuera una calle, sino una isla fundada en 1806: iremos de vacaciones a Espada y leeremos poemas de poetas. Nos iremos a una expedición y contaremos a nuestra manera lo que Larry conoce de Panchito y conoce del machete y conoce de los coros que en Espada no son épicos sino amatorios. Nos mudamos a Espada sin el dolor de la muerte, sino, preferiblemente, el de la sonata del safari, “Majúas, calandracas. Memorándum enteros” (Pedro Marqués de Armas). Nos iremos de exploradores a Espada y los guías serán estos seis poetas que repetirán sobre huesos: “Dienteperro punzante, y las pieles juntadas sin importar llovizna, sol, espuma reseca de la melancolía” (Jamila Medina Ríos).

Siempre me he preguntado, ¿qué efecto tienen las lecturas de poesía? Cuando la lectura terminó nos pusimos de pie, nos saludamos, nos abrazamos, alguien me habló de Cuatro Caminos, una jovencita cool me hizo un comentario pesado sobre una publicación mía en Facebook, la misma jovencita cool a la que le corrigieron diciéndole que ni Larry, ni Oscar, ni Jamila estaban leyendo poemas escritos por ellos (algo que la jovencita cool denunciaría más tarde, porque ellos leyeron poemas suyos, pero no está mal la confusión, y que la gente decidiera a quién pertenece lo leído. En un acto tan cool la poesía no es la autoridad, es otra cosa desmigajada en el lenguaje común de Espada y San Lázaro, donde nada es más emperifollado que los restos de una fosa común que se borró del mapa).

El efecto de las lecturas de poesía contiene un infradistanciamiento entre el tiempo cotidiano y el tiempo de lo que se ha escuchado y leído. Para mí, Una lectura comenzó cuando Larry, Oscar y Jamila le escribieron a Pedro Marqués de Armas y Javier Marimón, cuando Ensayo Cero hizo promoción, cuando salí de ahí con el cuerpo corta’o, adormecido del lado izquierdo, tratando de memorizar la postura del cuerpo de Fabián Suárez mirando de reojo el papel en la mano de Larry.

Después de Una lectura ya no existía una isla llamada Espada. Después de Una lectura no incrementó el cólera que azota a la isla. Después de Una lectura el camposanto ya era otra vez una galería, un estudio, una pared de ladrillos cubierta de pintura blanca. Después de Una lectura existía el cumpleaños de mi amiga Dianelis, y yo no recordaba el nombre de mi amiga sordomuda, nacida y criada en Espada. La amiga que en algún momento imaginé cocinándole un asado a Oscar con obras de arte clasicistas. Es cierto que quería seguir escuchando al poeta de Santiago de Cuba que abraza en una misma foto a Legna Rodríguez Iglesias y a Jamila. Entiendo que su enunciación se parece más al “después de Una lectura” que a ese momento en específico, que empezó a las 7 p.m., el lunes 18 de noviembre de 2019, y que me regaló los poemas que amé de Estudios coloniales (inédito) en la voz de Larry.

Después de Una lectura me fui a dormir porque “los restos deben encontrar nuevos reflejos / obturando la acción desde otros seres” (Javier Marimón). Le escribí un mensaje a Larry en WhatsApp, le hablé de amor, de mi tardía admiración por Juan Carlos Flores, Pedro Marqués de Armas y Javier Marimón. Él contestó: “#mutuo”. Y yo: “estás sentada tú, viendo una película de amor” (Juan Carlos Flores). Y reenvié ese mensaje a Jamila Medina: “#mutuo”. Y ella no entendió. Y escribió: “Entre dos bolas del mundo”.

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