Pedro Pérez Sarduy: Cárdenas, quisiéramos que nos explicara, en fin, que nos relatara, algunos puntos sobresalientes de su vida como escultor.

Agustín Cárdenas: Bueno, vamos a hacer un poco de memoria. Salí de aquí con veintiocho años, casi formado. Durante unos seis años había estudiado en la Escuela Nacional de Bellas Artes de San Alejandro. Allá en París estaban casi todos mis compañeros de acá, mis contemporáneos: Baragaño, Carbonell, Fayad, Tomasito (Oliva), Sarusky… Ellos estaban en la Ciudad Universitaria, y cuando iba al pabellón me sentía como en Cuba. Por otro lado, había una serie de jóvenes que eran dominicanos, martiniqueses, venezolanos, etcétera. Sencillamente, no me encontraba solo. La beca consistía en cien dólares. Matemáticamente los distribuía de esta manera: la mitad libros, la comida me salía barata porque comía en el comedor universitario, y el alojamiento: el resto para café, cigarros… No frecuentaba muchos lugares, no visitaba gente inútil que no me aportaría nada. Tenía mi cabeza en la escultura, el estudio me preocupaba sobre todas las cosas. Varios años estuve viviendo con esos cien dólares. Se terminaba mi beca y comencé a vivir de la escultura. Existe un cierto comercio de las artes; proposiciones a través de empresarios y cosas por el estilo. Ellos se ocupan de todo. Van a tu atelier, ven tu obra, en fin. Pero llega un momento en que no puedes crear, porque ese marchand que se ocupa de vender tu pieza te exige un estilo determinado por su talento mercantilista. Si haces algo nuevo, una verdadera creación, te dice: “No hagas eso. Eso nadie lo compra. Sigue haciendo aquello otro.”

¿Y cómo te hiciste conocer en aquella inmensa ciudad de artistas? ¿Cuál fue tu primera exposición? ¿Cómo?

La mayor fuerza que hay en el mundo de los artistas son los mismos artistas. Y hablo de artistas… Fayad Jamís casi siempre estaba por el Dome y conocía al grupo surrealista. Yo andaba por Alemania o Austria en un viaje un poco raro que hice. Fayad le presentó una foto mía a Breton y se interesó por mí. Cuando regresé, el viejo Breton me mandó a decir con Fayad que quería que expusiera… y presentó mi primera exposición personal. Con el tiempo los críticos comenzaron a hablar de mí.

¿Cómo te has sentido durante estos doce años fuera de tu país?

Muchas veces me he preguntado por qué me fui y por qué me quedé. Pero el envilecimiento que había en aquellos años fue el motor que me impulsó. Mis compañeros que estuvieron allá por aquella época realizaron una buena labor. Luego, había meditado… Estuve muy contento de haberme ido en aquel preciso momento. Fue allí donde me di cuenta de los engaños políticos, de los rejuegos con una falsa cultura que no era ni eso mismo. Esa cosa de no saber mi origen, de dónde vengo, qué soy, hacia dónde quiero ir, también todo esto me impulsó a irme. En París descubrí qué cosa es un hombre… qué es la cultura africana… qué es un negro. En la época de San Alejandro yo me devoraba todos los libros que caían en mis manos. Un día descubro el tótem en un libro hecho en Londres por un poeta inglés. Hablaba sobre el origen del tótem: el dogón. Los dogón son una población refugiada desde hace varios siglos en el centro de la gran curvatura del Níger, África Occidental. De ahí provienen estos tótems o postes esculpidos, de un cierto sentido sagrado. En París, las nociones que tenía se multiplicaron. Me daba perfectamente cuenta de que tenía mucho que aprender si quería aportar algo a Cuba. Cuando mis compañeros de París, a su regreso a Cuba en los primeros meses del triunfo revolucionario, me repetían constantemente que me fuera con ellos, yo les respondía que no, que quería brindar más en nombre de mi pueblo y poder representarlo en las esferas internacionales, bien representado. Y lo he logrado. Por eso me sentía bien trabajando, estudiando, creando. Ahora he tenido la oportunidad de regresar a mi patria, y estoy muy contento.

Es evidente que usted ha desarrollado una línea surrealista en toda su obra, ¿hasta qué punto? ¿Cuáles han sido sus formadores durante ese largo período en Francia… y, hoy en día, cuáles persisten en usted?

Soy considerado un surrealista en el punto lírico de la escultura. He creído y sigo creyendo que es en el mundo de la creación donde el hombre crea una necesidad de expresarse. A través del trabajo es que se da paso a su pensamiento de análisis. En la escultura, como en las otras disciplinas del arte, todos los creadores han tenido sus influencias, de lo contrario el arte no tendría su razón de ser. En la escultura es algo diferente. Por ejemplo, en problemas de técnicas estoy bien maduro. El problema es el del aporte, ese es el mío. Existe la escultura contemporánea y, de los tantos escultores que he conocido, he eliminado muchos. Me he quedado con siete u ocho que sigo estudiando y que de alguna manera me han influido considerablemente. Hay escultores como Brâncuși que creía conocer después de doce años, y al volverlo a mirar al cabo del tiempo me doy cuenta de que lo he descubierto personalmente hace unos nueve o diez meses. Hoy en día he rebasado todo o casi todo lo que me podrían brindar los demás, con excepción de Brâncuși y otros. Actualmente me dedico a estudiar la escultura antigua africana. Como has visto en los catálogos y fotos, sigo en mi tendencia totémica, forma netamente africana. Tengo muchas cosas en mente que quiero desarrollar. En estos momentos estoy haciendo talla en blanco y negro y otras cosas más.

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¿En qué tipo de eventos internacionales ha participado usted?

No me gusta viajar mucho. He sido invitado a varios Simposio de Escultura que se celebran todos los años en un país diferente. La primera vez que participé fuera de Francia fue en Austria. Había escultores de varias nacionalidades. Siempre he sido invitado como cubano. Luego Israel, Yugoslavia, Canadá. Estos simposios se celebran en un territorio del país donde las obras permanecerán para siempre. Uno se pasa tres, cuatro meses frente a un bloque de piedra de cinco metros… ese tiempo transcurre en un ambiente de abierta camaradería, muy bueno. Se hacen comidas típicas de los países participantes. Cada escultor coloca la bandera de su país a su lado y así se distinguen los participantes. He sido nombrado Miembro Honorífico del Simposio, ya que fui su iniciador. Quiero plantear la posibilidad de que el próximo simposio se celebre aquí en Cuba. A los más jóvenes les interesaría mucho ver el desarrollo que toma un bloque de piedra bruta. También, durante dos o tres meses me voy todos los años de vacaciones a las montañas de Carrara (Italia). Tengo muchos viejos amigos montañeses que me quieren mucho. Llego allá con mi mujer y los niños, que se quedan en la playa, y yo subo a las montañas a trabajar. Las montañas de mármol son enormes. Eso pertenece al Partido Comunista, y los viejos que viven allá, siempre que voy se identifican directamente con Cuba y la Revolución. Allá tengo instrumentos y todo lo que necesite; cualquier tipo de mármol, el mejor que haya en Carrara, me lo buscan esos viejos. Escojo el mármol que quiero, de cualquier tamaño, y trabajo en sus talleres sin ningún inconveniente. El mármol de Carrara es muy bueno, pero el de aquí es buenísimo. Quisiera hacer una pieza importante aquí. Vamos a ver.

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