Neutral Room: maratón de fotografía cubana en Instagram

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Una foto familiar tomada por Eduardo Sosa, padre de Evelyn Sosa, fundadora de Neutral Room

Cuando en noviembre de 2019 traspasé de puntillas con Rialta Magazine los umbrales de la fotógrafa Evelyn Sosa Rojas (La Habana, 1989), para reseñar la salida en New York de su libro Havana Intimate…, se avizoraba claramente que la plataforma Neutral Room (@neutral_room) merecería luego una entrada en nuestro blog de actualidades, así como no pocos de sus comensales.

Fotogénica desde su propio logo –como le es connatural–, esa casa blanquinegra que fue alzada en Instagram por ella para abrigar la “fotografía cubana”, y que lleva en andas desde enero del año pasado, debe su nombre al “arte del revelado” y remite –en vaivén entre el ayer y el hoy– tanto a la edición con Adobe Lightroom como a los misterios del cuarto oscuro.

Soñado en solitario, el proyecto es una contribución de dimensiones más que colectivas, tit/ránicas; pues –como las maratones de Marabana que Evelyn gusta de cronicar– Neutral Room exige ritmo, largo alcance y resistencia para seguir compartiendo en la web, semana tras semana, como desde el primer día, el trabajo de “un(a) fotógrafx cubanx”.

No huelga decirlo. Ni por asomo existe nada semejante en Internet, en relación con la Isla. Ni emprendido por instituciones como la Fototeca de Cuba o el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), ni tampoco en los espacios virtuales de centros de formación alternativos como la Academia de Arte y Fotografía Cabrales del Valle (Almendares #108) o la Escuela de Fotografía Creativa de La Habana, EFCH (calle 21, #706).

De hecho, fue esa una de las tantas razones que despertaron en su fundadora la invención de esta plataforma: una aventura que lleva dieciséis meses sostenida por sus permanentes bojeos (virtuales o en el terreno) entre dosieres o perfiles de Instagram, y que ofrece así la posibilidad inédita de acceder a lo que se está haciendo por quienes nacieron en Cuba y respiran cada día detrás del lente, en esta o en otras geografías.

Neutral Room ha estrenado este mes un canal de Telegram donde hace confluir noticias sobre el arte que le compete y se adelanta a la quimera de una futura revista de fotografía. Su Instagram rebasa los 1000 seguidores, en tanto la propia Evelyn Sosa tiene ella misma más de 2800.

Mientras converso con Evelyn sobre cómo ha ido operando en ese perfil-galería donde labora intuitiva y –a su decir– no muy planificadamente, quien estudió Ingeniería Automática en la CUJAE, se me dibuja con dotes de organizadora: sistémica y detallista, desprejuiciada y a la espera de lo por imaginar.

A la vez, descubro un detalle curioso del que tenía a medias noticias –y que no va sólo de la dicotomía que sufren los creadores entre vida-obra pública y vida privada–. Me refiero a la insinuada vocación por los heterónimos de quien cataloga y difunde con sencillez su propio corpus, pero perfilándolo según el tema o el objetivo que la impulsó a crear. Un talento sin ínfulas el suyo, que merece de sobra los adeptos que va ganando a pulso, como seguidores de los distintos perfiles de Instagram donde contemplamos sus trabajos y sus días (@theeofeve, @evelyn._.sosa, @evelynsosa.maraton y @evelynsosastudio).

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Llevada acaso por el recuerdo de su padre –quien fue fotógrafo de celebraciones familiares–, cuando piensa el catálogo en construcción de Neutral Room, Evelyn Sosa se muestra ajena a las rancias polémicas que tratan de escindir lo hecho como “arte” o como “oficio” en esta práctica. (No obstante, debe reconocerse que, en su caso, publica con sagacidad en sendos perfiles ora fotos más íntimas y domésticas, ora otras “comerciales” o hechas a pedido, mientras las deslinda del río de imágenes que vienen marcadas por su sello, un estilo que –como un perfume– se vuelve cada vez más perceptible).

Cuando se vuelca sobre Neutral Room, la artista no repara tampoco en cotos generacionales o formales ni le interesa dar preeminencia a la fotografía analógica frente a la digital o viceversa. Esta galería virtual la habitan sobre todo quienes suelen incursionar en la imagen digital, por obvias razones epocales, y empujados por lo dantesco de revelar en Cuba.

Mas, gustosamente se hallan allí otros que militan en lo analógico o que trabajan a caballo entrambas tradiciones. Rastreándolos, Evelyn me menciona casi sin parpadear a unos y sobre otros… duda, cuando pregunto si todas las fotos exhibidas de/por ellos en Neutral Room provienen o no de rollos. Francamente no es un dato que la desvele, dada como es a la pluricelularidad, a lo que le insufla vida, venga de donde venga. Ambas admiramos la técnica del cuarto oscuro, pero conocemos el deje sectario con que muchos adeptos de lo analógico desdeñan lo digital y piensan en esas fluctuaciones en términos de traición.

El breve inventario de fotógrafos analógicos en Neutral Room me confirma ciertas creencias y me recompone otras, pues me digo que los prejuicios que han distanciado estos caminos fotográficos tendrán que ir cediendo, como en todo ciclo de cambios tecnológicos. La lista abarca creadores a menudo radicados en otros países, y nacidos en La Habana, excepto el avileño Reinaldo Cid (1987) –quien imparte en el ISA, por cierto, un curso de laboratorio químico.

A los curiosos y fans de la antigua técnica dejo el adentrarse en la obra de Raúl Cañibano (1961), Héctor Molina (1961, hoy en Argentina), Ossain Raggi (1967), Ismael de Diego (1977, hoy en Estados Unidos), Elizabeth Rodríguez (La Habana, 1980, hoy en Francia), Sarah Bejerano (1984, hoy en Barcelona), Javier Caso (1985, hoy en Estados Unidos), Yojany Pérez (1989), Alejandro Alfonso (1991) o Paola [Martínez] Fiterre (1992, hoy en Estados Unidos), y tirar del hilo que Neutral Room ofrece, como una entre muchas vías para acceder al laberinto de lo que los une y los singulariza.

Entusiasman a partes iguales la emotividad y la sangre fría que Evelyn Sosa despliega sin resuello al hacer estas exposiciones semanales. Curadas por ella al punto de revisar a fondo con antelación el corpus en pleno de los candidatos, la artista elige no sólo el stock de las obras que compartirá durante las jornadas, sino que coloca en la web una foto cada día de la/el elegido. Así, hilvana para toda ocasión secretas dramaturgias de asuntos-formas-paletas, que nos permiten conocer, siempre a través de su filtrado y de su zoom (del esmerado enfoque con que los sopesa), el trabajo de los allí difundidos.

Neutral Room ha tenido ampliamente más de cincuenta –casi sesenta– invitados cubanos. Desde el crítico e historiador del arte Orlando Hernández (1953) hasta una oleada de niños que desemboca en nacidos a finales de los noventa, con Rolando Cabrera (La Habana, 1998) a la cabeza. Hay fotógrafos de todas las décadas como hay colores o blanco y negro, (autor)retratos y paisajes (urbanos/rurales/íntimos), minimalismo y soledades o exuberantes altares a la imaginación, moda y danza, erotismo y religiosidad, (c)rudeza realista y despejada alegría, nitidez y borraduras nacidas de juegos con la luz y la velocidad de obturación.

Donde las semanas se vierten de un/a autor/a a otro, se pueden distinguir muchas veces las marcas de estilo, y es ese uno de los desvelos de quien –aun al trabajar a solas y quizás justo por ello– procura no encandilarse por afinidades electivas y evidenciar el biorritmo contrastante de los imaginarios de cada cual.

Libera e inquieta, sin embargo, hallar cada día en lo compartido en Neutral Room los vasos comunicantes o la repetición, más que de un rictus en el álef de rostros, de eso que llamaré –por aproximación– “gesto” fotográfico. (El sistema de signos que, en apolíneas o dionisíacas ecuaciones, entrechocados o armonizándose, conforma un arte en diálogo con la pintura, y no en vano tildado de impresionista, hiperrealista, expresionista, pop, minimal, surrealista, barroco).

Apelo a ese gesto para referirme, por una parte, al tic de ciertos temas o pulsiones que a fin de cuentas se resumen en dos notas musicales: el ansia de goce y el ansia de muerte. Y, por otra, para entender las correspondencias (in)visibles/(in)audibles que imantan los posts de Neutral Room y los vuelven un gran fresco, un páramo de lo que –por atenernos, con Evelyn, al “origen”– se da en apellidar “fotografía cubana”.

Pienso en la ruina que le habla a un orden (en contestaciones sucesivas de escaleras / fachadas / planicies / ensimismados interiores o desbocadas geometrías). Y en el árbol que (por el sendero del tronco) raja en dos el horizonte. En los objetos y los cuerpos: encontrados / desplegados como en el borde de una playa.

Ahora bien, toda antología nos trae un poco de su compilador/a. Por eso, al margen de la versatilidad de estas muestras, y siendo ya Evelyn Sosa una retratista innegable, resaltan aquí y allá los ejemplos donde la figura humana es alma y centro de la composición. En esto la siguen, en variaciones del retrato callejero o del acercamiento íntimo / imaginativo / glamoroso, piezas de la pinareña Heidi García (1980), de los santiagueros William Riera (1967), Javier Rodríguez Mena (1973) y Ruber Osoria (1992), o de los habaneros Fernando Florit (1971), Yoilán Cabrales (1981), Jans Sosa (1982), Miguel Alejandro Valderrama (1985), Leandro Feal (1986), Daniel Arévalo (1989), Manuel Almenares (1992), Renata Crespo (1995), Mónica Moltó (1997), entre otros.

Dicho y comprobado al viajar por la galería, este género que es espejo o (re)interpretación de personalidades / momentos / estados de ánimo tiene en Neutral Room un lugar clave y funge como teatrino donde la sociedad cubana, bajo las luces parpadeantes de algunos flashes, viene a enfrentarse con visiones de sí misma, verdades de las que no puede escapar.

Esa centralidad de la cámara como registro del individuo, manejada por fotógrafos de estudio, dentro del rito social, como me sugirieron los Instagram de Evelyn, me lleva a Joaquín Blez Marcé (Santiago de Cuba, 1886-La Habana, 1974). La asociación me invade porque algunas zonas de su numeroso y variado corpus, donado en mitad de los setenta al MNBA y hoy en las arcas de la Fototeca de Cuba, han sido o fueron poco valoradas por la crítica o por él mismo, tanto las comerciales de su “estudio glamoroso” como las personales encarnadas por sus “recuerdos de viajes o de excursiones”, muchos de cuyos negativos esperan por ser impresos.

Algunos proyectos aislados han constituido giros o entregas “especiales” en el modus operandi de Neutral Room, y han abierto la ventana a artistas de otros mundos. En marzo de 2019, aconteció que la cantante Danay Suárez nos mostrara, a través de la fotografía y sorpresivamente alejada de lo musical, otro “ángulo” de su “reconciliación con el medio”. Y en puente con lo arquitectónico, por abril del mismo año, accedimos al ojo de Adrián Fernández Márquez –padre del fotógrafo Adrián Fernández.

Un año más tarde, como regalo de cuarentena que no buscaba ser exigente sino dar color y ánimo al confinamiento de tantos amigos dispersos por el mapa, Evelyn Sosa propuso un reto viral contra el virus (#challenge). Del 21 de marzo al 19 de abril fue exponiendo, con cuentagotas y como nos tiene acostumbrados, una muestra colectiva alrededor del consabido ritornelo del #yomequedoencasa. A esa primera invitación, ya que el #stayathome parece llegado para quedarse digamos que un poco más, próximamente puede que se sume un ciclo sobre mascotas y que el tema traiga consigo a alguna curadora invitada, que no nos ha sido dado revelar.

De los deseos de Evelyn Sosa y de las ideas que la asaltan por rachas, casi nunca en compañía, hablamos por igual, largo y tendido. Dar cabida en Neutral Room a fotografías cubanas anónimas, de los archivos de algunos coleccionistas o de las tantas vendutas de antigüedades del patio, es uno entre mil. Podrían, además, darse cita en el perfil historias que vinculen el ámbito de la imagen con otras artes y ciencias como el cine, la literatura, la historia. Su pasión es adictiva. Cuando la escucho me dan ganas de seguirla en cada curva del carrusel, en cada vuelta de pista del maratón. Me da del impulso de llamar a los fotógrafos que conozco y hablarles de lo que viene haciendo esta muchacha al ofrecimiento de rebuscar en las arcas familiares y enrolar en Neutral Room a los escritores que saben cuando de fotos se trata, como Legna Rodríguez, la poeta favorita de Jenny Sánchez (Ciego de Ávila, 1989)… Poco me falta para prometerle una entrega (mía o casi mía), en vísperas de cualquier semana de este universo o de los que vendrán.

Como el de Evelyn, mi primer contacto con la fotografía fue a través de la cámara de mi padre –por aquella época, la típica Zenit socialista–. Decidido a retener no tanto los idilios familiares como su aventurero viajar –del que, en un punto, nací yo–, mi padre era experto en negativos y revelado; tenía su propio darkroom, donde se internaba a hacer magia con los rollos.

Nosotras, como Joaquín Blez, y de seguro unos cuantos de los congregados por Neutral Room, somos prueba fehaciente de que toda familia que se precie de sus baúles de recuerdos ha tenido a alguien que disparara el obturador o que dispusiera las fotos memorables en un álbum, inscribiéndoles al dorso fechas-lugares-nombres. El valor de la fotografía como documento que testimonia la micro y la macrohistoria entrampa con su notoriedad como arte tanto como con su explosividad (y valor de uso) en manos de detectives y forenses.

Al (re)correr ya en cámara lenta el Instagram de Neutral Room, se me antoja que un poco de todo eso (técnica y arte, historia, memoria y “espionaje”) se activa en las más de 460 publicaciones donde Evelyn nos invita a abrevar. De las habaneras Doralys Cabrera (1992) –última (dá)diva– a Silvia Corbelle (1984), en cuyas cimbreantes velocidades me sumerjo para disolverme como quien pierde cuerpo y nombre. De punta a cabo, la maratón me devuelve nuevamente de la madrugada al día, hambrienta o sedienta –ya ni sé.

Entro y salgo por la galería a los perfiles de los artistas, como quien se pierde en la casa de los espejos y reclama una última vuelta en el tren. Y como en los libros que obligan a volver, hay un pasaje al que no llego, una condenada puerta que no se me da; cuando intento ver más que los desnudos de Eve H. Fonteboa (1991), cierran el parque de diversiones, aborta el link. De vuelta de todo, me ganan las intermitentes evocaciones del viaje. De las naturalezas y las marinas apoteósicas de Guido Asenjo (1995) a los sueños de la (sin)razón de los capitalinos Raymo Herrera (1989) –con sus collages manuales–, Gabriel Guerra Bianchini o Yoanny Aldaya (ambos de 1984), Eduardo Néstor Alfonso (1973) y Paola Fiterre (1992).

Sangre bordada, brumas, paisajes lunares, sinestesia. Porque Neutral Room es a su modo gateway a un lanzamiento de órbitas no fijadas. En las entretelas del sueño, oigo los jirones de su jam session; titila un sabor que se me graba en el cielo de la boca, como el color de esa mermelada de ciruelas que sé que un día volveré a tocar: verde fosforescente, verde cocuyo.

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JAMILA MEDINA RÍOS
Jamila Medina Ríos en poesía: Huecos de araña (Premio David, 2008), Primaveras cortadas (México D. F., 2011), Del corazón de la col y otras mentiras (La Habana, 2013), Anémona (Santa Clara, 2013; Madrid, 2016), País de la siguaraya (Premio Nicolás Guillén, 2017), y las antologías Traffic Jam (San Juan, 2015), Para empinar un papalote (San José, 2015) y JamSession (Querétaro, 2017). Jamila Medina en narrativa: Ratas en la alta noche (México D.F., 2011) y Escritos en servilletas de papel (Holguín, 2011). Jamila M. Ríos (Holguín, 1981) en ensayo: Diseminaciones de Calvert Casey (Premio Alejo Carpentier, 2012), cuyos títulos ha reditado, compilado y prologado para Cuba y Argentina. J. Medina Ríos como editora y JMR para Rialta Magazine. Máster en Lingüística Aplicada con un estudio sobre la retórica revolucionaria en la obra de Nara Mansur; proyecta su doctorado sobre el ideario mambí en las artes y las letras cubanas. Nadadora, filóloga, ciclista, cometa viajera; aunque se preferiría paracaidista o espeleóloga. Integra el staff del proyecto Rialta.

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