En 1954, después de la Liberación, la vanguardia del arte en París rompía con una tradición de la figuración para reanudar con ese arte abstracto que nunca se había verdaderamente implantado en la Escuela de París, pero que ya tenía una larga historia. Inventado entre 1910 y 1917 por el ruso Kandinski en Múnich, el checo Kupka y el francés Delaunay en París, y el holandés Mondrian, el arte abstracto había conocido sus grandes momentos en Rusia en los primeros años de la Revolución de Octubre, y en la Alemania anterior a Hitler. Cuando una nueva generación de artistas retomó la antorcha del arte abstracto, después de la Segunda Guerra Mundial, este tenía ya su historia y sus grandes clásicos.

Dos tendencias se manifiestan de inmediato, una abstracta geométrica, con Vásárhelyi y Dewasne, la otra abstracta lírica con Hartung, Schneider, Vieira da Silva, Poliakoff, Ubac, Zao Wou-Ki, etcétera. Estas dos tendencias, la primera de ambición social, es decir, de integración a la arquitectura, y la otra más individualista, se opondrán durante largo tiempo con cierta violencia. Ahora que ambas han entrado en la historia podemos juzgarlas con menos parcialidad y nos damos cuenta de que las dos son el producto de temperamentos diferentes y por lo mismo se complementan. La abstracción lírica es el gesto, la escritura rápida como la caligrafía china, y por lo mismo el diario íntimo del pintor. La abstracción geométrica es la posibilidad de serie, por tanto, de la multiplicación de una obra en beneficio del mayor número. Pero es sobre todo la posibilidad del movimiento (cinetismo y op art), de la adaptación de una obra a la dimensión de un inmueble, de un conjunto de viviendas, hasta de una ciudad.

Sin embargo, el arte abstracto lírico, que a priori puede parecer menos social y que no tiene ambición social, puede ser un arte de contestación activa. Bien lo hemos visto en 1950 con los artistas holandeses, belgas y daneses del grupo CoBrA (Jorn, Corneille, Appel) cuya acción, dirigida sobre todo a la abstracción geométrica, acusada de sumisión a lo social, era profundamente revolucionaria.

Ello no impide que pensemos que la pintura de caballete, ya sea figurativa o abstracta, es una forma de expresión individualista que tiene poco futuro. No hay duda de que sobrevivirá una pintura de caballete, como diario íntimo del pintor. Pero si el artista quiere participar en la vida de su tiempo, deberá incorporarse a un equipo, convertirse en un técnico de los colores y de las formas, como el ingeniero es un técnico del cálculo y el arquitecto un técnico de los espacios. Nuestras nuevas ciudades necesitan los colores de los pintores y las formas poéticas de los escultores. Sin duda, el Rubens del mañana tendrá toda una ciudad por paleta. Pero esta Revolución debe hacerse desde las universidades, suprimiendo la arbitrarias Escuelas de Bellas Artes para integrar los cursos de pintura y de escultura a la Universidad Tecnológica.

De este modo el artista no tendrá la impresión de ser un lujo inútil, sino un técnico como otro que, al igual que los demás técnicos, dará a los hombres la belleza para todos.

Colabora con nuestro trabajo
Somos una asociación civil de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural y artístico. En Rialta nos esforzamos por trabajar con el mayor rigor profesional en la gestión, procesamiento, edición y publicación de los contenidos y la información. Todos nuestros contenidos web son de acceso libre y gratuito. Cualquier contribución es muy valiosa para nuestro futuro.
¿Quieres (y puedes) apoyarnos? Da clic aquí.
¿Tienes otras ideas para ayudarnos? Escríbenos al correo [email protected].