Sencillo, sí.
Si todo es tan sencillo,

¿por qué la muerte?
Ramón Xirau, «El cordero»

La muerte a todos nos sorprende, a todos. Pero no tanto a la filosofía, quizás porque antiguamente fungiera como «preparación para la muerte» (philosophia mortis est meditatio). Puede sorprender, como digo, pero aquí estamos. Eso es fundamental: estamos aquí, presentes. Ramón Xirau falleció el pasado 26 de julio y con buenas y bienintencionadas razones el maestro Juan Carlos Moreno Romo nos ha movilizado a decir algo sobre él. Este acto sugiere «hacer memoria», yo diría, a «conmemorar» que no «rememorar»; porque, en buena medida, rememorar es una forma de repetir, de memorizar, pero conmemorar es una forma de estrechar significados. Por eso en un homenaje le abrimos la puerta al carácter temporal de la experiencia humana. Pero, ¿qué decir? ¿Cómo no abusar del olvido y no abusar de la memoria?

En nuestras condiciones ciertamente es importante ir más allá de la pasión periodística que alentara la atención que cerca de sesenta y seis medios periodísticos escritos en español prestaran a su fallecimiento. Probablemente en los periódicos pase desapercibido el hombre de carne y hueso, el hombre crítico que dio continuidad a la labor intelectual de García Morente, de Gaos, de García Bacca, entre otros exiliados; probablemente quede desapercibido como un hecho común y corriente en la vida cotidiana, como un hecho que, años después, será reliquia hemerográfica. Y eso, en cierto modo, ya justifica este encuentro, aquí, lejos de su Cataluña natal y de la Ciudad de México de su exilio, aquí, en la provincia queretana. Desde aquí decir también es callar; es una forma de apreciar el acto de homenaje desde el propio horizonte de significación que reiteró el filosofar de Xirau: la palabra y el silencio. Y es así: lo esencial de un homenaje es a la vez decible e indecible. Lo segundo lo encaro con la pura presencia. Lo primero, en efecto, me lleva directo a pensar en las características del filosofar de Xirau.

Para hacer, modesta y brevemente, el ejercicio de respetuosa trituración de la filosofía de Xirau primero debo declarar que tuvo una filosofía. No diría que sistemática, pero tampoco asistemática. Los filosofemas que tomó en sus manos son variados pero nada arriados en nuestra tradición filosófica. Sin caer en el lugar común de simplificar su labor en el constructo metafórica de «hombre-puente», habría que aseverar que Xirau vinculó poesía y filosofía. Cierto: por lo menos a nivel temático. Sus aproximaciones filosóficas a la poesía y poéticas a la filosofía lo convirtieron, en buena medida, en uno de los pocos filósofos exiliados en México que moró en ese insalvable locus. No pocas veces depuró la veta literaria de su pretendida autosuficiencia dando nutrimentos de texturas filosóficas. Quizá sin proponérselo fue un filósofo multidisciplinario.

Pues bien, en aras de tomar una pausa para esbozar una «cartografía» (que también podría entenderse como radiografía o incluso como análisis anatómico) del pensamiento filosófico de Xirau, resumiré algunas «líneas de fuga», algunos puntos de vista, algunas actitudes de su filosofar. Resumo:

  • Su filosofía integra lecturas, sentimientos, vivencias y cuestiones fundamentales. Decía: «un filósofo no es –no debe ser– un ente abstracto, sino una persona viva que integra en sí, y por lo tanto en su filosofía, cuanto lee, siente, vive». Por ello los temas de su interés son diversísimos.
  • Su filosofía no es existencialista, ni marxista, ni neopositivista, ni historicista, ni raciovitalista, ni personalista, en sentido estricto. Sin embargo, advirtámoslo, Xirau dialogó con todas las corrientes de pensamiento de su época (piénsese por ejemplo que en 1968 –año de debacle social– Xirau criticaba la postura del estructuralismo).
  • En su pensamiento convergen la razón y su convicción por la religiosidad humana y lo sagrado. Xirau no pelea fe y razón, pero cabe aclarar que intenta racionalizar el planteamiento de lo sagrado a partir del lenguaje. No es irracionalista.
  • Desde su talante católico lleva la fe religiosa a filosofar cosas tales como el amor. Xirau era un creyente. En este sentido piensa uno de los grandes temas que inquietó a su padre Joaquim Xirau en aquel famoso libro, Amor y mundo.
  • La relación de Xirau con la poesía y el ejercicio poético fue de entendimiento y acometimiento. Un libro, por lo demás, que explora y madura este vínculo entre poesía y conocimiento es su obra de 1993, Poesía y conocimiento (después reeditada y revisada en 2002).
  • En el marco de una sola literatura hispánica –como advirtió José Emilio Pacheco– Xirau relacionó la poesía mexicana con la que se hace en España y el resto de Iberoamérica.
  • Su labor editorial en la revista Diálogos no tiene parangón en el México de su tiempo en la medida que introdujo a nuevos autores totalmente desconocidos.
  • En cierto sentido, Xirau da continuidad al proyecto historiográfico inaugurado en México por Emeterio Valverde Téllez (1864-1948) cuando ofrece una historia de la filosofía. (Sin embargo, no podemos decir que la introducción a la historia de la filosofía que realiza sea terminante y solvente: es una introducción.)
  • En el plano político, la filosofía de Xirau no exacerba posturas secesionistas (por ser catalán) ni despolitizadas del todo. Como se sabe, fue un catalán mexicano.

Tales son algunas directrices de su pensamiento. ¿Qué hacen evidente? Que filosofía, literatura y religión constituyeron a Xirau. La idea de tiempo, palabra, presencia y silencio también existe de punta a punta en su filosofar. Su actitud de aprensión hacia problemas filosóficos y los campos de saber que intentó vincular –poesía, filosofía– lo hacen un filósofo que fue más allá del tímido atisbo de sus pasiones intelectuales y que lanzó hilos con voluntad tendente a un diálogo dialéctico más que retórico. Como filósofo, me parece, se esforzó en dialogar: en dialogar con tradiciones, con poetas, con teólogos, con literatos. Su fiel seguimiento al comentario lo pone en una fiel andanza casi medieval. El cuño de su forma de dialogar no queda (emic) en las anécdotas de sus buenos amigos, no, también queda evidenciada en su expresión, en su estilo ensayístico. Claridad e interpelación, curiosamente, caracterizan sus ensayos. Su obra argumenta, aventura tesis, pero se cuida de no caer en logomaquias. Él escribe para sí y para los demás. Después de la reunión de sus Obras completas en 2013 en cinco copiosísimos volúmenes nadie duda si en verdad Xirau buscó filosofar. El problema vital de su filosofía no es reductible al talante taciturno o introvertido de su personalidad, lo cual no significa que su filosofía sea de suyo de signo intimista o «misticoide».

En su variadísima producción filosófica hay entresijos, en cierta medida, llenos de agudeza. Xirau nos recuerda que Descartes quiso ser poeta; que Heidegger probablemente no leyó a fondo a Platón, que da por supuesta una historia de la técnica y que le falta una referencia a la fe; que Sartre es más anarquista que marxista; que Teilhard de Chardin buscó divinizar las actividades humanas en medio de una época convulsa; que al primer Wittgenstein lo que de verdad le interesaba era el mundo de «lo místico» y que su ética evoca un poco a Kant (por la sujeción de la voluntad); que Simone Weil pensaba a Platón como el padre de la mística occidental y que no parece haber aceptado la tradición romana –tesis que sorprendería a Rémi Brague–; que la actitud mística de Zambrano no tiene nada de nihilista; que la mística requiere de expresiones paradójicas para trascender la doxa; que la poesía no sirve para comunicar arquetipos sino para purificar (casi, digamos, al estilo médico de la catarsis); que la crisis del mundo moderno ha consistido en querer divinizar al hombre, etcétera.

¿Tesis aventuradas? De ningún modo. Xirau las justifica y aborda con pluma templada a muy diversos filósofos y poetas. Y según ha defendido Héctor Zagal en un artículo de 2010 que lleva por título «Poesía, paradoja, presencia. Las nostalgias de Xirau», su filosofía es una apuesta por el ser humano moderno, por rescatarlo de su fragmentación. Xirau no se dedica a historiar el pensamiento sin más, sino que lo hace para adentrarse en la tensión de contrariedades modernas; es un filósofo que busca resarcir la resignación del «hombre dislocado» (por aludir a una expresión de Nicolas Grimaldi).

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Pero Xirau abordó los problemas o «misterios» (pues él distinguía unos de otros) desde una fe determinada. Su fe no era protestante sino cristiana. Quizá la mejor manera de entender (etic) su «obra» sea reconociendo el sistema de supuestos desde donde parte. Ese reconocimiento no arruina la visión de conjunto de su filosofía. Héctor Zagal, a quien citábamos antes, incluso dice: «la filosofía de Ramón Xirau sólo puede leerse cabalmente desde su fe». En mi opinión, si bien la cuestión de su fe no deja de ser importante, dista mucho de ser una especie de decodificador general de su pensamiento. Como en Descartes, en Xirau se abre la polémica de si es o no un «filósofo católico». En su prólogo a Poesía iberoamericana contemporánea, José María Espinasa asegura que es algo irrelevante. Pero en todo caso cabe decir que Xirau en sus momentos teológicos, su fe subraya el sabor místico del sentido de la presencia. Al esclarecer filosóficamente la idea de ser y estar –si no me equivoco–, veía en la presencia la veta para acercarse a Dios y lo sagrado. Sin ningún tipo de fundamentalismo, así lo dice Xirau: «nuestro tiempo, el de la vida verdadera es el de la presencia. Tiempo continuadamente nuestro, en nuestra estancia con el mundo, la presencia es constantemente un ahora, atento al mundo, atento a los demás, atento al Otro, a los dioses, a la divinidad.»

Claramente la idea posmoderna de «ausencia de sentido» como referente del mundo no va con su pensamiento. Y no es que sea un antimoderno, sino que se siente particularmente atraído por un sentido de la presencia. Cree en los poetas que muestran esto. Xirau por ello lee con cuidado a Maragall, a Machado, a San Juan de la Cruz, entre otros. Sería sospechoso, sin embargo, pensar que la idea de presencia de Xirau se «ofrece» ad hoc para un contexto nihilista que, resultante de una especie de «crédito filosófico» nietzscheano, no tiene «garantizado» el sentido del mundo. En cualquier caso, su fe forma parte de su filosofar pero su filosofía no se agota en ella.

De lo dicho se deriva una observación que podría formular así: ¿en los años que corren hay algo que investigar en la obra de Ramón Xirau? No tengo duda de que lo hay; pero a partir de lo que vi en la VII Jornada de Investigadores en Filosofía de la Red Centro-Norte que se celebró hace unos días en esta Facultad, en esta Aula Magna, se puede notar que la mayoría de los investigadores no están interesados en realizar historiografía de las ideas en México ni en investigar cómo fue aquí la integración de los filósofos exiliados en los años de posguerra. Esa es mi versión. Claro que no distan en las materias que abordó Xirau; acaso sí en las formas de tratamiento.

Si de nuevo pregunto por qué volver a Xirau, aquí conviene tener muy en cuenta la opinión de Enrique Krause, de Vicente Quirarte, de Verónica Volkow, de Mariana Bernárdez, de Julio Hubard y de quienes también participaron en el documental que hace pocos años le dedicó el canal 22. Todos ellos, en suma, convergen en este punto: Xirau fue una persona excepcional por vida y obra. Yo creo lo mismo.

Pues sí, amigos y maestros míos: el perfil de Xirau, más allá de la magnanimidad que le otorgó en acto solemne El Colegio Nacional, nos ha ayudado a pensar filosóficamente. Sabemos hasta qué punto se le reconoce su Introducción a la historia de la filosofía (1964), quizá un clásico en la iniciación filosófica de muchos de nosotros. Xirau abrió camino en la difusión de la filosofía. Y aunque no se pueda asegurar que su papel en la historia de la filosofía en México fuera determinante de un rumbo u otro, sí que fue integrante de construcción, de sus cortes, recortes y aportes. Su actitud abrió las entendederas, a menudo impermeables, de muchos filósofos que desconsideran la poesía como descentración de universalidad humana.

Finalmente, permítanme decir que es momento de instar la idea de la muerte que aparece en el epígrafe inicial de estas páginas. Todos moriremos. Es difícil decir cómo, pero ahí tenemos una clave de la existencia. Xirau decía que la naturaleza humana consiste en que en «su huir está su estar». Es justo eso: Ramón Xirau huyó de su estar y ya podemos ver lo fugaz y lo eterno de su presencia. Esta es la situación actual.

En tanto este nuestro homenaje se vale de palabras es momento entonces de cerrar con las suyas: «Somos palabra y estamos lejos de la palabra; somos palabra y tenemos que ir en busca de ella». Y es esta búsqueda la que precisamente hemos hecho frente a la contingencia de un hombre, es la contingencia que no hemos dejado huir con este homenaje.

Seguros de que este no será el primero ni el último, desde aquí le decimos: descansa en paz, Ramón Xirau.

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