José Luis Aparicio Ferrera conversa sobre ‘El Tikrit’, su nuevo proyecto cinematográfico

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José Luis Aparicio Ferrera

El joven director de cine cubano José Luis Aparicio Ferrera, junto con un equipo de cineastas egresados del Instituto Superior de Arte, prepara El Tikrit, un nuevo proyecto cinematográfico que protagonizará el destacado actor Mario Guerra. Otros integrantes del elenco son Neisy Alpízar, Laura Molina y Eduardo Martínez.

El Tikrit, un filme que durará 27 minutos, combina dos géneros de enorme trascendencia en la historia del cine como son el noir y el fantástico, y se propone como una parábola de la sociedad cubana actual. Según la sinopsis publicada en la página de crowdfunding Verkami:

La historia se desarrolla en La Habana, durante un presente alternativo. Los pobladores conviven con los Tikrits, unos seres con forma de pepino de mar pero con tamaño de cachalote. Los Tikrits dificultan la vida humana, pero nadie se deshace de ellos. La gente más bien se adapta, se resigna a tenerlos cerca. Los animales despiden un líquido oscuro y viscoso que ha provocado una epidemia.

El cortometraje, con un guión de Carlos Melián Moreno y la dirección de fotografía de Gabriel Alemán, se centra en la relación que establece el protagonista, un decadente inspector de la Empresa Eléctrica, con uno de estos seres fantásticos, y será filmado en escenarios suburbanos y zonas preteridas y periféricas de La Habana. En la citada página, se declaran como referentes estéticos la pintura del artista norteamericano Edward Hooper y el cine de David Lynch, Martin Scorsese, Roman Polanski y Nicolas Winding Refn. El proyecto, cuyo rodaje está previsto para enero de 2020, será producido por Estudio ST, dB Studio y The Moon Productions, tres productoras cubanas independientes.

Aparicio Ferrera ha dirigido los cortometrajes El almohadón de plumas (2015), Estática (2016), Summertime (2017) y El Secadero (2019). Este último, un policial ambientado en La Habana de los noventa y producido igualmente gracias a un crowdfunding, fue merecedor del Premio a Mejor Producción en la 18 Muestra Joven de Cuba, además de otros premios nacionales e internacionales.

Para conocer más sobre este nuevo proyecto, Rialta ha querido entablar una breve conversación con este joven cineasta cubano.

En el resumen del proyecto El Tikrit en Verkami se dice que entre las poéticas que sirven de inspiración al corto se encuentran las de Lynch, Scorsese o Polanski. ¿Cómo haces para darle coherencia en tu trabajo a influencias en cierto nivel tan dispares? ¿Qué tipo de películas quieres hacer? ¿Cuál es el tono que buscas?

Son influencias que no creo tan dispares. En el caso de Scorsese, Polanski y Lynch no sería tan difícil asociarlos, sentarlos a beber en la misma mesa. En general, todo lo que me conmueve o apasiona lo siento íntimamente conectado. Quizás ese enlace secreto lo genero yo mismo, es mi intuición sensible, pero así me basta. Tomo de muchos lugares, intento reelaborarlo, apropiarme, devolverlo como algo (acaso) más sincero que una torpe imitación, con una música o vibración que sea mía. Quiero hacer muchos tipos de películas. Películas con misterio, con riesgo, con feeling. Es cierto que tengo mis debilidades: el cine negro, la parodia, lo surreal, cierto rechazo al realismo… En el caso de El Tikrit, intentamos lograr un neo-noir con tintes fantásticos, en una realidad enrarecida, casi distópica. El elemento fantástico tiene un peso simbólico, de metáfora concreta o literal, como en algunas películas de Cronenberg o Zulawski. El tono es de sostenida melancolía, pues trata de un ansia en medio de la asfixia. Un oasis de horror en un desierto de aburrimiento. Un hombre busca a una mujer con la que ha soñado, porque es muy posible que ella exista. ¿Es él quien la inventa o acaso ella lo inventa a él?

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Tu corto anterior El secadero fue escrito en colaboración con Daniel Delgado Saucedo y en este nuevo proyecto el guion es de Carlos Melián. ¿Cómo funciona en tu trabajo esa parte del segmento creativo, esa relación entre escritura y filmación, entre guionista y director, teniendo en cuenta también que eres graduado del curso de técnicas narrativas del Onelio? ¿Ya has pensado la historia que quieres y le pides a un guionista que la desarrolle o escoges ideas de otros que se avienen al tipo de cine que quieres hacer?

Cada proceso es diferente. En el caso de El Secadero (2019), fue un corto que se desprendió, a manera de precuela, de un proyecto de largo que aún desarrollo, bajo el título de La zona muda. Daniel es el guionista con el que más he trabajado (3 cortos y 1 largo). Nos conocemos desde la adolescencia y fue muy sencillo escribir juntos, porque compartimos gustos, intereses, códigos… En el caso de El Tikrit, es un viejo guion de Carlos que rescatamos y que me obsesioné con filmar. Conversamos mucho y él reescribió algunos segmentos del guion para llegar a la versión de ahora. Es la primera vez que voy a filmar un guion en el que no estuve desde el grado cero de la escritura. Eso me parece un reto y un acto de reconocerse en el otro. Cuando leí el texto de Carlos me sentí presente, como si hubiera podido escribirlo yo.

Creo mucho en el proceso de compartir la escritura. En el cine, sobre todo. La literatura, que es mi primera pasión, es un arte más solitario. Todo depende del proyecto en particular y las sensibilidades en juego. He escrito guiones solo y continuaré haciéndolo. También me gusta la idea de adaptar. Sólo que a veces es necesario confrontar, jugar, retroalimentarse. Es casi como elegir pareja: un proceso muy complejo, con entregas y pérdidas. Creo que el cine cubano necesita que sus directores trabajen más de cerca con guionistas. La mayoría de nuestras mejores películas lo demuestran. Igual en el cine todo es reescritura: la puesta en escena, la dirección de actores, el diseño sonoro, la edición…

Un tipo de noir convencional y también de sesgo social se ha usado antes para abordar la realidad de la Cuba contemporánea tanto desde el cine como de la literatura, en El Tikrit pareces proponer un neo-noir decadente y crepuscular, que se preocupa también por la búsqueda de una visualidad específica. ¿Qué nos puedes decir de esto? ¿Cómo se desmarca tu trabajo de esos acercamientos realistas al noir? ¿En qué se diferencia este nuevo proyecto de tu trabajo anterior?

Mi pasión por el cine negro no viene precisamente de su predilección por el realismo. No hay nada más abigarrado o expresionista que un film noir clásico. Me interesa como universo de estilo, como mundo de atmósferas, como un paraje exaltado y narcótico de lo real. Ese estado de limbo, ni de vigilia ni de sueño, que sostiene a películas como Sunset Boulevard (1950, Billy Wilder), Point Blank (1967, John Boorman) o Inherent Vice (2014, Paul Thomas Anderson). Por eso la búsqueda de una visualidad particular, o el interés en una narración con una lógica más onírica, imperfecta. El realismo sucio con sesgo policial no me interesa demasiado, mucho menos para hablar de nuestra realidad, tan cacofónica. Necesito contarla de otras maneras, desmarcarme… Incluso en El Secadero (2019), que es también un neo-noir, digamos más realista, intentamos construir una realidad insólita, absurda o esperpéntica, que no respetara demasiado los anclajes de lugar y tiempo. Se parece tanto a La Habana de 1993 como al Hong Kong de cualquier época.

Este proyecto y tu corto anterior han sido financiados a través de Verkami, háblanos de esto, cómo es para un joven cineasta cubano hacer cine independiente ¿Qué dificultades has enfrentado? ¿Cómo imaginas el futuro?

Es complicadísimo para un cineasta cubano, joven o no, encontrar financiamiento para una película. No hay prácticamente fondos ni producción institucional para dar abasto. Ojalá esto cambie en algún momento. Ojalá, pronto. Los pocos fondos que existen también están viciados, son nuevos espacios de poder, que privilegian ciertas miradas, ciertos nichos estilísticos o temáticos. El mundo del crowdfunding o micromecenazgo es complejo, muy estresante, pero a veces es la única alternativa para sacar los proyectos adelante. Y los resultados que se han tenido son notables, dan lugar a una experiencia única. Al tratarse de un esfuerzo colectivo, consigues una cercanía insólita con tu público futuro, se construye una comunidad. Esto es impagable.

Últimamente, sin ánimos de videncia, he visto un futuro para el cine cubano: un futuro de mirar hacia adentro. Un recogerse hacia la artesanía privada, el esfuerzo casero, home-made… Un cine que logre mucho con poco. Que renuncie a ciertos privilegios para ganar en libertad.

Dentro del panorama del cine joven cubano, dónde situarías tu trabajo y lo que quieres hacer. ¿Qué une y separa tu trabajo y tu visión del cine de tus contemporáneos? ¿Con quienes de ellos te sientes más identificado?

De mis contemporáneos, sigo muy de cerca la obra de Jorge Molina, Miguel Coyula, Rafael Ramírez, Alejandro Alonso, Carlos M. Quintela, Carlos Lechuga, Alán González… No soy muy bueno para hablar de panoramas y mucho menos para situarme dentro. Me interesa todo lo que sienta como arriesgado, auténtico, personal. Además, ¿cómo evitar definirse a partir de tus contemporáneos? ¿Cómo sortear esa trampa? En el año que casi termina, mi revelación más profunda con el cine cubano, la más resonante y sensible, tiene que ver con las películas de Fernando y Miñuca Villaverde, una pareja de cineastas cubanos desconocidos por mi generación, por casi todas las generaciones que no son la suya. Si me preguntaran hoy por mi filme cubano favorito, te diría que es Elena, un corto que realizaron dentro del ICAIC en 1964 y que nunca se estrenó. Ese es el cine joven cubano que me interesa. Va de Los perros de Amundsen (2017, Rafael Ramírez) a Elena. De La obra del siglo (2015, Carlos M. Quintela) a El Final (1964, Fausto Canel). Esas películas no están ceñidas a un presente ni a un pasado. Son como recuerdos del porvenir.

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