Industria cultural mundial severamente afectada por Covid-19

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Un teatro en Minneapolis usa las marquesinas para promover las medidas de higiene contra la expansión del COVID-19 (FOTO Jim Mone) (AP)

En un momento en que la pandemia del coronavirus Covid-19 ha sumido al mundo entero en una crisis sin precedentes, cuando en algunos países se declara cuarentena en todo su territorio y otros suspenden actividades sociales, la industria cultural es uno de los sectores que más se resiente en términos económicos debido al aislamiento decretado o recomendado por la mayoría de los gobiernos del globo. Medios en todas las lenguas se hacen eco de este fenómeno, toda vez que en Asia, Europa, Medio Oriente, África, Estados Unidos y América Latina han ido cerrando sus puertas al público las salas de cine y de conciertos, los museos, las librerías, las salas de exposiciones y los teatros.

A principios de esta semana, el diario británico The Guardian convocaba a empleados y empresarios de los sectores del cine y la música a compartir sus testimonios sobre el grado de afectación que los ha alcanzado debido a la pandemia. El viernes pasado, el periódico había recibido cientos de respuestas, “casi todas mediadas por el trauma, la ira y la confusión”, según reportaba la periodista Catherine Shoard. Directores y guionistas, actores y productores expresan en ese artículo su frustración ante una situación que puede llegar a suponer la ruina para cineastas independientes y pequeños productores y, para los más afortunados, la imposibilidad de que su obra sea debidamente promovida y distribuida, ante la cancelación festivales como los de Cannes o Toronto. Rebecca O’Brien, la productora del cineasta inglés Ken Loach, resume así la situación: “El problema es que la industria del cine no es un servicio esencial y francamente no puedo imaginarme cómo vamos a ser capaces de recuperarnos cuando todo esto haya pasado”.

En lo que se refiere a la música, la situación no es más tranquilizadora, según el testimonio de distintos cantantes, instrumentistas, DJs y empresarios musicales que recogen Ben Beaumont-Thomas y Laura Snapes. Chris Forsyth, músico de rock y propietario de una sala de conciertos y un estudio de grabación ubicados en la ciudad norteamericana de Filadelfia, no ve otro término de comparación para la situación actual que el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001. “Sólo que –añade Forsyth– la dimensión de la devastación económica que vamos a ver es mucho mayor”.

En Italia, el país en que más dramática ha sido la crisis de la Covid-19, se estima que las pérdidas del sector cultural ascienden a la astronómica cifra de tres mil millones de euros, según informa la Agenzia Giornalistica Italiana. Este medio también da cuenta de una iniciativa del jazzista Paolo Fresu, quien ha lanzado una petición para que el Gobierno italiano apoye económicamente a los trabajadores de la cultura rediseñando el modelo fiscal que rige para ellos, teniendo en cuenta la precariedad a la que los exponen las nuevas circunstancias de cuarentena y aislamiento social: “hablo de cientos de miles de personas que pagan el IVA y contribuyen al estado social como todos, pero que, a diferencia de los demás, no reciben ningún tipo de amortización” –declara Fresu.

Una campaña similar ha sido lanzada desde Francia por el violinista Renaud Capuçon, quien ha dirigido al Ministro de Cultura francés un mensaje titulado “La cultura francesa está infectada por el coronavirus”. En ese mensaje, que ha sido apoyado por decenas de miles de firmas de sus colegas del mundo, Capuçon exige al Gobierno que tome medidas de urgencia ante la situación desesperada de los artistas y técnicos independientes que se han quedado sin sustento, según una nota publicada por la página web de Musiq3, una emisora radial belga dedicada a la música clásica. Por su parte, un grupo de cantantes líricos ha escrito una carta abierta a las autoridades francesas expresando su preocupación por la situación de los intérpretes que habían sido contratados para participar en funciones de ópera que se han visto suspendidas. El ministerio de cultura francés ha respondido a esas demandas con la promesa de destinar un presupuesto de más de veinte millones de euros para hacer frente a la situación, una cifra que será repartida entre los sectores de la música, la edición de libros, los espectáculos y las artes visuales.

Los artistas franceses afirman aspirar a que su gobierno emule con el de Alemania en apoyo financiero ofrecido a instituciones culturales como teatros y salas de conciertos, pero lo cierto es que, como explica un extenso artículo firmado por el periodista Tobi Müller en el diario alemán Die Zeit, la estructura federal del Estado alemán hace que las ayudas a sectores como el de los artistas plásticos y galeristas independientes varíen de manera muy importante según el Bundesland en que se encuentren. Mientras tanto, el Ministerio de Cultura Federal no se ha pronunciado sobre la posibilidad de tomar medidas de alcance nacional en este sentido.

También en España, otro país en que la pandemia está resultando especialmente severa, el gremio de la cultura reclama al gobierno “que sea tratado como uno de los más afectados e incorpore una línea de financiación que evite la pérdida de puestos de trabajos”, tal como informaba hace una semana el diario El País. Uno de los sectores más afectados en el país ibérico es el de su rica industria editorial. Es por eso que los libreros reclaman al Gobierno una serie de excepciones fiscales que los ayude en esta condición de precariedad que supone el cierre de librerías y la cancelación de ferias del libro y eventos afines.

En América Latina, donde la epidemia ha llegado más tarde que en Europa, ya sus consecuencias nocivas sobre el mundo de la cultura se hacen notar. El caso de Colombia es particularmente crítico puesto que el estado de emergencia se declaró en un momento en que debían tener lugar algunos de los eventos más importantes del calendario cultural, como la Feria del Libro de Medellín o el Festival de Cine de Cartagena. “La industria cultural colombiana ya luchaba proyecto tras proyecto por cautivar a una audiencia difícil y seguir en marcha. Por eso, frente a estas circunstancias, las preocupaciones abundan a todo nivel. Desde los más esforzados teatros hasta las compañías más consolidadas de espectáculos en vivo miden los golpes recibidos y los consideran devastadores”, se lee en un minucioso reportaje sobre el asunto que publica la revista mensual colombiana Semana.

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En Argentina, país que ya ha declarado su cuarentena y, por consiguiente, la suspensión de todos los eventos sociales, el Gobierno nacional ha tenido la curiosa iniciativa de no suspender los conciertos que habían sido convenidos este año con quinientos artistas; en lugar de en teatros o salas, los conciertos serán transmitidos vía streaming desde las casas de los músicos. De esta forma los artistas no dejan de percibir su remuneración, y el público no pierde el acceso a esa oferta cultural. Igualmente, el Ministerio de Cultura de ese país ha tomado una serie de medidas para apoyar financieramente el resentido sector de los servicios culturales. “El programa de ayuda consiste en líneas de financiamiento de acuerdo con las prioridades y necesidades del sector”, informaba recientemente el diario La Nación. En el caso de México, donde el gobierno ha ordenado la clausura de actos culturales y artísticos, la Secretaría de Cultura, sin embargo, anunció que “cumplirá los compromisos contractuales con los artistas, independientemente de la fecha en que se lleven a cabo sus presentaciones”.

La crisis generada por la pandemia de la Covid-19 llega en un momento que ya era de especial precariedad para la industria cultural en todo el mundo, debido a la emergencia de nuevos soportes y modos de distribución y consumo de contenidos. En la sección “Tribuna Libre”,  publicada el viernes pasado en Babelia y significativamente titulada “Industrias culturales: de la erosión al desplome”, el filósofo y profesor español César Rendueles opinaba que la liberación gratuita de contenidos en formato digital, derivada del aislamiento social ante la epidemia, y la fulminante depresión experimentada por las industrias culturales tradicionales no constituyen sino un abrupto catalizador de un fenómeno que ya venía siendo una realidad constatable desde hace años: “La digitalización, la concentración monopolista y los recortes públicos han ido destruyendo progresivamente una porción muy importante de las vías de subsistencia tradicionales del sector cultural”. Así concluía el autor español sus reflexiones motivadas por el caso específico de España pero que, indudablemente, no son menos pertinentes para el resto del mundo.

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