Cuba a qué si se va a morir.
Terminar oyendo música, plectro en el samisén,
la mandolina en el
balcón que mira al
jardín, la mujer de
la mandolina en el
jardín: Julieta de
plácemes a
medianoche,
descanse el siervo
de la escritura (esa
sevicia) mientras se
duerme, la calandria
no canta todavía,
un último momento
en el fondo banal.
Derviches, canciones turcas, sistros, albogues,
cuecas y llaneras,
descuelle el mejor
tenor y detrás a
punto de ser
imaginario oír la
pájara voz del
contratenor.
Dobla la cuadra, sol poniente, en la Barca un
conjunto musical
de azafatas chinas,
floreadas, arte y
parte ornamental
(indumentaria) de
su inminente muerte:
no ver más allá de
sus narices, una
pasarela permanente
lo lleva a casa, a
medida que avanza
retrocede la pasarela,
quién desmonta su
osamenta: la bizca
relación de sus ojos,
unos ojos a Oriente,
la mirada puesta en
la Isla, no responde:
ventila las habitaciones,
refresca los suelos,
ventanas entreabiertas
pese a que estamos en
febrero para pasar la
noche: no nieva, no
habrá estepas de
nuevo, el cuarto de
gestación tapiado,
Cuba aparece boca
abajo, olor a mejorana,
tila, y él encima boca
arriba.
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