Langston Hughes retratado por Winold Reiss, 1925

Desde José Martí, los poetas cubanos parecen haber leído la poesía norteamericana como “poesía de imperio”. Una poesía que, al brotar del corazón del imperio, no podía ser otra cosa que sublime diatriba. Antes de Martí, en José María Heredia o, incluso, en Gertrudis Gómez de Avellaneda, este tipo de relación con la literatura norteamericana –como prueba el caso de la relación entre Heredia y Bryant, que alguna vez comentamos– no era tan perceptible, ya que Estados Unidos era visto más como república que como imperio, y la gravitación de los escritores cubanos hacia metrópolis europeas como España o Francia era mayor.

Después de Martí, los grandes interlocutores de la literatura norteamericana en Cuba –Mañach y Avance, Rodríguez Feo y Orígenes, Lino Novás Calvo o Eugenio Florit– siguieron leyendo esa poesía como “poesía de imperio”. Los traductores cubanos, además de hacer versiones de esa literatura, asimilables desde Cuba, interponían resistencias raciales, religiosas o ideológicas a los textos traducidos. En Avance, por ejemplo, con ayuda de Waldo Frank y otros intelectuales de aquella época, se echó mano del gentilicio de lo hispánico para criticar, no sólo la literatura “sajona” de New England o el Midwest, sino la literatura negra del Harlem Renaissance.

La idea de que la gran cultura norteamericana es una denuncia del orden social y político de Estados Unidos se arraigó en Cuba, desde Martí. Mañach, Rodríguez Feo y Florit reiteraron esa idea de diversas maneras. Entre los cincuenta y los sesenta se produce, sin embargo, una exacerbación religiosa e ideológica del nacionalismo cubano que llega a formular la idea de lo “intraducible”. Max Henríquez Ureña se refería, en Orígenes, a la dificultad de plasmar en español el “alcance esotérico” y las “misteriosas sugerencias” de los poemas de Dylan Thomas; y Enrique Berros, en uno de los primeros números de Lunes de Revolución, dice que es “imposible rendir en castellano la gracia y ligereza de algunos fragmentos” de Auden, porque “nuestra lengua no lo admite”.

Estas primeras versiones de lo “intraducible” eran todavía coquetas, por ceñirse a lo lingüístico, pero en algunos pasajes de Cintio Vitier y Humberto Piñera Llera, en Orígenes, se llega a formular la idea de lo “intraducible”, desde un punto vista cultural: a una cultura “hispana y católica”, como la cubana, le eran ajenos la “ironía”, el “descreimiento” y el “escepticismo” de una cultura sajona y protestante como la norteamericana.

En Lunes de Revolución veremos otra modalidad, ya plenamente ideológica, del argumento de lo “intraducible”. En el número 55, del 18 de abril de 1960, titulado “U.S.A vs. U.S.A”, un editorial dirá: “el mismo sistema –un sistema político absolutamente errado– que ha creado en Estados Unidos una sociedad uniforme, tan homogénea como las botellas de Coca Cola, ha incubado grandes y pequeños rebeldes”. Rebeldes que no había que buscar en el modernismo americano (Eliot, Stevens, Pound, Williams…), que, como su variante cubana (Lezama y Orígenes), finalmente quedaba atrás, por “intraducible”. Como también “quedaba atrás” la gran narrativa norteamericana del siglo XX (James, Anderson, Hemingway, Faulkner, Fitzgerald…), estancada en su “esteticismo”, su “enajenación”, su “conformismo” o sus “soluciones intermedias”, como dirá un revolucionario Guillermo Cabrera Infante.

Lo interesante, lo traducible de la literatura norteamericana, para Lunes, serán los testimonios de la decadencia del imperio, que sus editores creían leer en Truman Capote y Norman Mailer, Dwight Macdonald y Henry Miller, John O’Hara y Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Robert Bly, más casi toda la literatura afroamericana, producida entre el Harlem Renaissance y los Black Panthers, entre Langston Hughes y James Baldwin, entre Countee Cullen y LeRoi Jones. Lo que no habían podido lograr las culturas y las religiones, finalmente lo conseguía la ideología: crear, dentro de Estados Unidos, una literatura antiimperial, perfectamente traducible desde la Cuba revolucionaria. Ahora sabemos que ese proyecto de traducción, como los anteriores, duró muy poco.

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