En todas las literaturas hay abierto un cierto debate sobre qué género poético surge antes, la épica o la lírica. ¿Siente el hombre primero la necesidad de contar las hazañas de otros o la de expresar sus propios sentimientos? Al hacer en el mundo griego una diferenciación entre ambos géneros basada sólo en el contenido, estoy siendo muy superficial, porque en la poesía griega el ritmo, la música y el instrumento de acompañamiento que se utiliza en una composición sirven como elementos diferenciadores entre épica y lírica, tanto como el contenido de la misma. En todo caso, en Grecia parece que la épica se configuró antes como género literario, si bien en los poemas homéricos se documentan cantos líricos (de juego, de cosecha, de boda, de funeral) que debieron de ser, por lo menos, contemporáneos del género épico.

Con la ventaja que me da el hecho de que nadie pondría en duda la originalidad de la lírica griega, quiero hacer ver a través de un poeta elegíaco y yambógrafo del siglo VII a. C., Arquíloco de Paros, poeta y soldado, como él mismo se presenta, que la lírica arcaica, a pesar de su originalidad constatada, maneja fuentes literarias épicas, esto es, aprovecha material homérico para dar forma a su nuevo mensaje. Que esto es así en la poesía guerrera de Calino o Tirteo no es ningún secreto. Que también haya dependencia de lo homérico en los poemas guerreros de Arquíloco, por más crítico que el poeta sea con los valores tradicionales que se airean en la épica, entra dentro de lo normal. Por ello, voy a analizar tres fragmentos de tema amoroso (191.1-3, 96.1 y 251.1), para comprobar que también en casos más distantes de la temática épica un autor iconoclasta como es el de Paros hace uso de metáforas de Homero adaptándolas al tono intimista de sus composiciones.

No es Safo, como se cree, la primera que define el amor; antes de ella lo hará precisamente el poeta de Paros (y aún antes Homero) de esta manera:

(1) 191.1-3 τοῖος γὰρ φιλότητος ἔρως ὑπὸ καρδίην ἐλυσθεὶς/ πολλὴν κατ’ ἀχλὺν ὀμμάτων ἔχευεν,/ κλέψας ἐκ στηθ<έω>ν ἁπαλὰς φρένας

Pues tal deseo de amor bajo el corazón deslizándose/ una gran niebla sobre mis ojos derramó, robándome del pecho mis tiernas entrañas.[1]

De una forma, aparentemente original, se describe el amor como el agente que “se desliza bajo el corazón”, “derrama sobre los ojos una densa niebla” o “roba del pecho las entrañas”.

En el segundo fragmento el poeta de Paros habla de nuevo del amor en los siguientes términos:

(2) 96.1 ἀλλά μ’ ὁ λυσιμελὴς ὦταῖρε δάμναται πόθος

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pero el que afloja los miembros, compañero, me domina, el deseo

Adrados completa este con el fragmento tercero:

(3) 251.1 καί μ’ οὔτ’ ἰάμβων οὔτε τερπωλ<έω>ν μέλει

y ni de yambos ni de diversiones me preocupo

En estas descripciones se trata de definir el amor y sus efectos sobre el enamorado de una forma que puede resultar claramente original. Pero revisemos lo que de ideario y forma homérica hay también en estas descripciones del amor.

La idea del sentimiento (también el amoroso) que se introduce en la parte más espiritual del ser, en el corazón, ya es utilizada por Homero,[2] aunque no exactamente con los mismos términos que el poeta de Paros, sino con sinónimos o cuasi-sinónimos. A veces, es el dolor quien se asienta en el interior:

(4) Od. 18.274 ἀλλὰ τόδ’ αἰνὸν ἄχος κραδίην καὶ θυμὸν ἱκάνει

pero este terrible dolor en mi corazón y en mi espíritu ha asentado

Otras veces es el propio amor, o su cuasi-sinónimo, el deseo, como en Arquíloco, el que se apodera del hombre:

(5) Il. 3.446 ὥς σεο νῦν ἔραμαι καί με γλυκὺς ἵμερος αἱρεῖ

¡Tan enamorado de ti estoy ahora y tanto el dulce deseo me embarga!

Otras es un dios el que lo infunde, también en el corazón o el espíritu:

(6) Il. 3.139-140 Ὣς εἰποῦσα θεὰ γλυκὺν ἵμερον ἔμβαλε θυμῷ

Tras hablar así, la diosa el dulce deseo infundió en su corazón.

La imagen de la niebla que se derrama y nada permite ver a los mortales es también homérica. Homero utiliza la imagen para describir cómo un dios salva a un héroe de un apuro en combate haciéndolo invisible a los ojos ajenos; así libra, por ejemplo, Atenea a Ulises de la mirada de los reacios:

(7) Od. 7.41-42 ἥ ῥά οἱ ἀχλὺν/ θεσπεσίην κατέχευε φίλα φρονέουσ’ ἐνὶ θυμῷ

Ella (Atenea), sobre él, una divina niebla derramó ideando cosas favorables en su corazón.

Se trata de una niebla “protectora” para el héroe que, cuando desaparece, deja ver la realidad con una claridad fuera de lo usual:

(8) Il. 15.668 τοῖσι δ’ ἀπ’ ὀφθαλμῶν νέφος ἀχλύος ὦσεν Ἀθήνη

De los ojos les disipó la oscuridad de la niebla/ divina, y una completa luz se les hizo a ambos lados.

La acción de derramar la niebla y su contraria, retirarla, puede adoptar en los poemas también una función “destructora” para los enemigos de un determinado guerrero, como se representa en las acciones sucesivas de Il. 20, cuando Posidón salva a Eneas de la muerte a manos de Aquiles de una forma diferente: en vez de proteger a Eneas con una densa niebla, impide la acción de Aquiles con la misma niebla, ya no protectora para Eneas sino destructora para Aquiles:

(9) Il. 20.321 αὐτίκα τῷ μὲν ἔπειτα κατ’ ὀφθαλμῶν χέεν ἀχλὺν

Al punto, a continuación, sobre sus ojos derramó niebla (sobre los ojos/ del Pelida Aquiles)

El poder de la niebla también cesa cuando el dios la retira de los ojos de Aquiles y este comprueba, con total claridad, lo ocurrido:

(10) Il. 20.341-342 αἶψα δ’ ἔπειτ’ Ἀχιλῆος ἀπ’ ὀφθαλμῶν σκέδασ’ ἀχλὺν θεσπεσίην

Luego, al instante, de los ojos de Aquiles disipó la niebla/ prodigiosa; y él entonces recuperó una gran agudeza visual en sus ojos.

Pero, además, Homero ya profundiza en el papel metafórico de la niebla como cuasi-personificación de la muerte:

(11) Il. 5.696 τὸν δ’ ἔλιπε ψυχή, κατὰ δ’ ὀφθαλμῶν κέχυτ’ ἀχλύς

lo abandonó el aliento y sobre sus ojos se derramó la niebla

Vemos, pues, que la imagen de la niebla es homérica, si bien en los poemas no se documenta aplicada a los efectos del amor. Es evidente, en todo caso, el salto que realiza Arquíloco: como el dios protector/destructor, o la muerte, el amor ciega al amante derramando sobre sus ojos una niebla que, sólo una vez despejada, le permitirá ver la realidad.

Vamos a la última imagen del primer fragmento. La metáfora del “ladrón de entrañas” tampoco es nueva; de hecho, Homero ya la aplicaba al mismo sujeto que lo hace Arquíloco, asegurando que “amor y deseo” robaban el sentido de los prudentes:

(12) Il. 14.216-217 ἔνθ’ ἔνι μὲν φιλότης, ἐν δ’ ἵμερος, ἐν δ’ ὀαριστὺς / πάρφασις, ἥ τ’ ἔκλεψε νόον πύκα περ φρονεόντων

Allí reinaba el amor, allí el deseo, allí la amorosa/ plática que roba el juicio incluso de los muy cuerdos.

Llamo la atención sobre el hecho de que la palabra relacionada con la cordura es de la misma raíz que la utilizada por el lírico para las entrañas.

Por lo que hace al segundo fragmento, el término λυσιμελὴς (“que los miembros afloja”) se aplica en Homero al sueño, no al deseo amoroso:

(13) Od. 23.342-343 ὅτε οἱ γλυκὺς ὕπνος/ λυσιμελὴς ἐπόρουσε, λύων μελεδήματα θυμοῦ

cuando un dulce sueño,/ que los miembros afloja, le invadió relajando las preocupaciones de su corazón

Tal vez el hecho de que este “aflojador de miembros” relaje las preocupaciones del corazón, nos hace entender mejor el texto del ejemplo (3) que Adrados une con el (2). Sí se dice ya en los poemas, sin embargo, que el amor y el deseo “dominan al individuo enamorado” (tal como lo dice un par de generaciones más tarde Arquíloco):

(14) Il. 14.198-199 δὸς νῦν μοι φιλότητα καὶ ἵμερον, ᾧ τε σὺ πάντας/ δαμνᾷ ἀθανάτους ἠδὲ θνητοὺς ἀνθρώπους

Dame ahora el amor y el deseo con el que a todos/ tú (Afrodita) doblegas, inmortales y mortales hombres.

Así pues, no se trata tan sólo de que las imágenes con las que Arquíloco define el amor sean homéricas, sino que tres de ellas (la metáfora del sentimiento “que se desliza en el interior”, la del “ladrón de entrañas” y el concepto de “dominador del enamorado”) ya eran aplicadas a un agente de “amor” o “deseo” (o al dios que los provoca) en Homero, aunque alguna se aplicara más habitualmente al sueño e incluso a la muerte. El concepto de λυσιμελὴς, sin embargo, sólo se decía del sueño en los poemas, y “la densa niebla que cubre los ojos” no se aplicaba inicialmente al amor sino a la muerte, aunque más habitualmente expresaba la acción protectora o destructora con que los dioses protegen o destruyen a los héroes. Todas ellas se usan por parte de Arquíloco como metáforas de amor.

Arquíloco, y ya antes Homero (en los casos en que lo hace), se limitan a ejecutar la siguiente transposición: como la muerte roba las entrañas del guerrero, el amor lo hace con las del amante; como aquella extiende una densa nube sobre los ojos del guerrero agonizante, este lo hace sobre los del enamorado impidiéndole, además, ver la realidad; en definitiva, como el sueño debilita los miembros del guerrero, el amor lo hace con los de quien ama, dejando a este sin fuerzas, apático para emprender cualquier actividad como dice a continuación el poeta: 215.1 καὶ μ’ οὔτ’ ἰάμβων οὔτε τερπωλ<έω>ν μέλει.

Se puede concluir que la indudable originalidad de la lírica griega arcaica en general, y de Arquíloco en particular, no consiste en hacer tabula rasa de la literatura previa, sino en utilizarla adaptándola al nuevo mensaje que quiere transmitir, aunque con frecuencia sea distinto, y aun opuesto, al que defendía la épica.

Notas:

[1] El texto y la traducción de los fragmentos de Arquíloco corresponden a la edición de Francisco Rodríguez Adrados: Líricos griegos. Elegíacos y yambógrafos arcaicos, Alma Mater, Barcelona, 1956.

[2] Los ejemplos de Homero siguen las correspondientes ediciones de Oxford University Press para ambas obras.

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