El espacio autónomo Salón de Protocolo acogió la expo colectiva ‘La comuna’

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Julio Llópiz-Casal durante el performance ‘Uruguay quirúrgico’ en Salón de Protocolo

La comuna, exposición colectiva de artistas visuales cubanos, se apropió de las paredes de Salón de Protocolo (calle E, entre 23 y 25) desde el 24 de noviembre hasta el último día del recién terminado 2019.

Con una experiencia que mezcla las artes visuales, el performance, la intervención y el arte de la cocina, Salón de Protocolo, espacio adscrito al restaurante Grados, sito en pleno corazón del Vedado habanero, quiso atraer a algunos de los artistas más populares del circuito artístico independiente y, si se quiere, underground, en un proyecto que, sin dudas, acerca a los cubanos al talento artístico joven del patio y le ofrece a este un medio alternativo, al margen de la gestión institucional, para mostrar su trabajo.

“Salón de Protocolo es un espacio para la confluencia, un lugar que propone un nuevo modo de convivir, experimentar y crear. Nuestro objetivo es promover el arte desde cualquier forma de expresión”, escribe en el programa para la expo su fundador, el chef y emprendedor cubano Raulito Bazuk, quien comenta para Rialta sobre el origen y la convocatoria de su proyecto autónomo:

“Al salón invito personas a trabajar, y más allá de la restauración me comunico a través de la comida. Surgió hace dos meses, con la residencia del artista visual cubano Julio Llópiz-Casal, donde hicimos cenas y menús que se relacionaban con nuestras ideas. Grados, mi restaurante, que surge como mi trabajo, se alimenta de Salón y viceversa”.

La exposición La comuna constituye la primera de su tipo en el espacio del Salón. Como se refiere en su programa, el título ya de por sí “hace referencia al anhelo de la unión entre personas a través de lazos creativos bajo el paradigma de comunidad”. Un pretexto para dialogar con distintas visiones sociales a través del arte.

La expo se inauguró con el performance Uruguay quirúrgico, del artista Julio Llópiz-Casal, resultado de conversaciones suyas con Raulito Bazuk y las experiencias de ambos con este país suramericano. Durante su ejecución Llópiz-Casal lamía y se tragaba una línea de kétchup y mayonesa sobre el suelo: ingredientes fundamentales de la comida rápida uruguaya. Una metáfora lúdica y chocante, donde se aprovechó el espacio reducido. “Fue lamer una cicatriz y hacerla desaparecer. En nombre de lo que representa Uruguay para nosotros desde el terreno político y las implicaciones sentimentales”, precisó Llópiz.

El artista también presentó sus Collages austeros; serie que viene desarrollando desde sus inicios, de corte mínimal y hecha de objetos combinados que recicla: una polaroid con tape, una cuchilla, una tarjeta de Victoria’s Secret. Durofríos de concreto (2017), otra de sus piezas presentes, muestra algunos de los 135 durofríos hechos con cabillas, angulares, varillas de soldar y cemento mezclado con lana de vidrio. A estos se le sumó la obra Monumento a los quemados.

Fueron cinco en total los artistas invitados a La comuna: además del mencionado, formaron parte de la nómina Claudia Patricia (La mamarracha), Carmen Barrueco (Fulanaletal), Fernando Riveaux (El Menor en La Habana) y Assoleta PV, artista del tatuaje.

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Los diseños de Fernando Riveaux tienen influencias del anime, la cultura afro y americana, canalizadas a través de lo urbano y yendo hasta el manga. Su trabajo digital le confiere inmediatez a la manera con la que procesa imágenes.

Carmen Barrueco (Fulanaletal) comenzó haciendo sus dibujos en el teléfono hasta llevarlos al papel. En la exposición muestra un mundo propio que parte de las imágenes de su generación para centrarse en una visualidad que combina el expresionismo y el pop, que aparece potenciado además por el guiño al grafiti urbano de La Habana de hoy. Sus figuras tienen dos pares de ojos y su palabrería es de jerga urbana, habitual. “Una galería de personajes sin guion lineal”, al juicio de Llópiz.

Claudia Patricia (La mamarracha) combina diseños convencionales con un estilo de ilustración particular que hace referencia a animados norteamericanos y cubanos –como es el caso de los dibujos de Juan Padrón– y a un imaginario tecno. No en balde en ciertos círculos es conocida como la María Silvia.

Azzoleta PV, la doctora de la tinta, propone diseños de tatuajes que buscan líneas curvas, marinas, y se identifican con la ballena, la mariposa y la jicotea: un estilo que no se asocia a otros, por singular, que ilustra con matices de Europa del Este, pues tiene el filtro cultural de su madre, que es de origen azerbaiyano.

La comuna se aboca hacia lo ilustrativo. Un coctel de artistas que trabajan la forma y aprovechan soportes que brinda internet para hacer un arte urbano, político, feminista, sin estereotipos ni prejuicios.

Salón de Protocolo viene a ser para esta comuna un falansterio minimalista donde cada quien toma su espacio y hace lo suyo. Perrear, tatuar, lamer, pensar, urbanizar, cocinar, fusionar… Un caldo para servirse y repetir.

 

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