De la Covid-19 y otras pandemias en Garrincha Toonz

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Caricatura de Garrincha (FOTO Instagram / @garrinchatoonz)

Gustavo Rodríguez, Garrincha (La Habana, 1962), es un caricaturista contemporáneo cubano de esos que casi no necesita presentación, cuyo estilo y cuyos personajes son reconocibles para muchos, estén donde estén. Lo punzante de la risa con que el dibujante espolea y reenfoca a diario lo real hace que sus ilustraciones sean consumidas en las redes sociales por no pocos seguidores. Conozco de quien lee a Garrincha como el que abre o entra a una de esas revistas matinales que te levantan el ánimo junto al “fantástico bostezo del café”, y te ubican a la vez en tiempo y en espacio, en tanto absorben el Zeitgeist, para traerte consigo “eso que anda” –sea un virus, la frase de moda o la cojera de un discurso.

El autor emigró de la Isla hace ya quince años y actualmente vive en North Miami Beach –según lo sitúa el Facebook de Garrincha Toonz–. Tras haber mantenido además el blog homónimo, inauguró en abril de 2018 @garrinchatoonz, su perfil de Instagram, donde lo mismo se baja una mañana con una reflexión sobre el sexo que sobre la fe, sobre la economía que sobre la cultura o la política (cubana, estadounidense, latinoamericana, internacional), a la par que va trayendo a colación obras de años pasados. Leyéndolo se puede seguir el pulso de los tiempos, por lo que no es de extrañar que en la última etapa varios de sus dibujos hayan rondado ese tema que hoy no nos deja, literalmente, vivir la vida que vivíamos.

Los contextos discursivos, temáticos e imaginarios en los que Garrincha trata el tema de la Covid-19 se ubican, geográficamente, en Cuba y también en lugares-imagen de resonancia universal. Los personajes que reflejan las situaciones vividas son diversos y provienen de un pródigo catálogo de “hijos”.

Están los zoomórficos de marcada personalidad, como Dustin Caravaggio: el buen vecino y mejor conejo, que no entiende el concepto de distanciamiento social y agasaja a su Marianne de la Caridad con regalos por la ventana… cerrada; tanto como Rick: “el menor de los Nakamoto”, llevándole su mejor zanahoria a Alicia, sin éxito alguno. Están los colegas de la oficina en plena “cuarentina”, como Lapidaria Encarnación y Apotecario Bronson, con sus seductores hábitos e historias de vida, que empiezan por el saludo a lo Robert de Niro (“You talking to me?”) o “Hi, Bob!”. Y están las angustias domésticas que llevan a Lucía a probar (y engullir) “cocrétas”, torrejas y “[em]panadas”, mientras Alex devora libro tras libro –una comicidad, aquí como en otros personajes, apoyada sobre binarismos sexistas.

 

Garrincha Hi Bob | Rialta
FOTO Instagram / @garrinchatoonz

 

Está el náufrago en su “isla desierta”, que no tiene de otra que quedarse en casa, mientras lo miran expectantes, con sus correspondientes nasobucos, los peces y el sol, el sol y los peces… Están esos encuarentenados que wasapean sin ton ni son, lanzándose retos y selfies, cuando no se sumergen en la oferta de Pornhub, intentan poner cot/do a su mano dominante o estrenan exóticas máscaras antiCovid. O los laicos que se cloran sólo por el afán de cohabitar –que lo consigan es otra cosa–. Y veremos a esos fanes de Trump, replegados al morituri te salutan, que esperan aún a saber (a que les digan) a quién odiar por la ola de contagios.

En cuanto a las referencias bíblicas o al mundo sobre todo cristiano, es este un arsenal que Garrincha explota con soltura, resemantizando pasajes y figuras en relación con el habitus del homo tecnologicus y extrayendo la risa del choque temporal, del anacronismo. Pensados en cuarentena, están los correligionarios que se aparean confinados lo mismo un lunes que un “viernesánto”, sin respetar “layúno” ni “lastinéncia”, mientras se va aplazando el fin del mundo. Y hallamos al “Yísu” con “nasobuquito” o pelando guásima, harto de estar clavado en la “crú”, mientras sus fanes lo conminan ora a que no resucite todavía (por si las coronas) ora a que traiga a nos papel sanitario, jabón y otros bienes para aguantar mientras va y viene el palo…

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Garrincha Yísu | Rialta
FOTO Instagram / @garrinchatoonz

 

En el perfil instagramero de este fiel de Chaplin, que se ha calificado –en una entrevista– como “francotirador al desbocaire”, hay también mucho de sátira política que pone en la mira al Gobierno cubano. Si Garrincha coloca a Dios lo mismo de mirahuecos que quitando y poniendo la wifi a ver qué pasa…, no es raro que Martí (“el Apójtol”) sea blanco de sus chistes, y que lo hallemos ora enviando mensajes navideños al pueblo de Cuba ora encamado el mismísimo día del asalto al Moncada. El diálogo de este artista con el poder y lo sacrosanto (o con lo santificado y vuelto tabú por ideológicamente venerado) pasa –ya se sabe– por la mueca.

Habrá otras sendas razones, pero es evidente que, al igual que Arístides Miguel Pumariega, Alfredo Pong, Ley Martínez u Omar Santana, la lengua y el ojo de Garrincha emigraron por la falta de soltura con que se maneja entre las publicaciones del patio lo que está en el candelero del ethos y la polis.

Salvando décadas y estilos, no en vano el comedimiento del humor gráfico cubano tras 1959, en el plano del “autochoteo” político y no, por supuesto, al colimar a otros ámbitos, es perfectamente rastreable en Palante, Bohemia o La calle del medio. Y tiene agujeros negros como la desaparición del ruedo, en los tempranos sesenta, de la escatología y la ironía existencialistas de Salomón, “hijo” de Santiago Armada Suárez, Chago: dos ausentes apenas visibilizados poco ha por la curadora e historiadora Caridad Blanco en una de las elegantes ediciones limitadas de Asterisco. Y no en vano desde 2005 el autor de @garrinchatoonz salió de Cuba a seguir haciendo febrilmente lo que lo desvive, que es dibujar y –como en tantas caricaturas– subrayar la parte risible de las cosas, así tenga su punto de macabra.

Entre sus posts, lo veremos campeando mientras “madura” a conocidas cabezas (mal)pensantes del mainstream político. Allí hallaremos, por mencionar varios, al Donald “Tróm” del rayo desinfectante ultravioleta lo mismo que al Che o a Chávez, y a Fidel como a los Raúles (Castro, Torres), en zafarrancho coronavírico y desde mucho antes. Poniendo el dedo en la llaga del presente, entre sus personajes anónimos, se reconoce cierta “fauna” típica del hábitat “cubensis”: desde los “rojos” (comunistas prehistóricos, tocados sin mucha pompa con el gorro frigio o desvelados porque no hubo marcha este 1ro de mayo) hasta otros más “orgánicos”, que rememoran sus juveniles pasiones revolucionarias a través de la experiencia erótica.

En el plano del devenir nacional, retrotrayéndose para hurgar en el pasado como si no le bastara burlarse de la actualidad, el autor no vacila al enrevesar jocosamente lo que conocemos para instruirnos acerca de “Cosas delistória custé seguro no sabe”. Garrincha actualiza detalles del ayer tanto como le pone oídos al hoy. Toma un motivo y lo va desarrollando en seriados dibujos en pos de que la sonrisa eclosione en carcajada, para tiempo después apelar a la autocita, o traspolar las situaciones a disímiles cronotopos.

De los chistes donde entremezcla el virus con la política, de seguro que sus fanes recordarán más de un par… Pienso, por ejemplo, en el que resemantiza el verbo martiano al proferir: “Vaya mi niña divina”, mientras una partícula coronada por el 370 (decreto con su parte de infantil) se va a hacer la calle como si tal cosa, en un paseo a través del cual intuimos que cobrará no ya víctimas de la pandemia sino –cuánto peor– de la imposición del amordazamiento entre los ciudadanos que se empeñen en expresarse sobre las dificultades del presente cubano en Covid.

 

Garrincha Vaya mi niña divina | Rialta
FOTO Instagram / @garrinchatoonz

 

O pienso en aquel otro, donde el mismo globo verde y espinoso exclama: “¡Sómos continuidá!”, con una frase que se ha hecho retórica para hablar del cambio de mandato en Cuba, del relevo presidencial y en otros puestos cruciales –ya puesta por Garrincha, dibujos ha, en boca de Cacha, la virgencita de la Caridad que no da a basto para salvar tanto balsero arrojado al mar, en pos del “sueño americano”.

A decir verdad, quien conozca a este artista por sus caricaturas o por sus historietas en la prensa hispano o anglo de los Estados Unidos (donde difícilmente se es censurado por criticar a los políticos –según aseveró él mismo –, pero donde sí se enfrenta uno con no poder dibujar lo impolite, obsceno o incorrecto, o con que existe mojigatería respecto al sexo), no tendrá la visión de conjunto que permite asomarse a otros espacios de publicación.

Visitar su Facebook, su blog (garrinchatoonz.com) o, acaso mejor, su Instagram, permitirá a los interesados completar una vuelta por los mundos y las obsesiones de este creador y desternillarse incluso con lo que mata y no engorda. Cuando pienso este corpus virtual de Garrincha, más que escandalizarme la crítica política hecha a bocajarro, me pone en guardia la consuetudinaria pocas luces o la “inocencia” de la mayoría de sus personajes femeninos y feministas –a su modo–, como la golosa Lucía o sus rollizas sirenas, dadas como las pinta a los deleites del paladar o a un eros platónico e inexperto.

La salud con que se suele decir que en Roma y ya en la antigua Grecia los gobernantes permitían dadivosamente la sátira (el italum acetum que equilibraba la gravitas), puede ser lo mismo confirmada que desmentida por ejemplos como el de Julio César, Emiliano, Vespasiano o Tiberio, Calígula, Nerón y Cleón, Antígono Monoftalmo, Ptolomeo II. Felizmente casados o divorciados, humor y política viven en encarnizado odi et amo desde que el mundo es mundo, y quién sabe si ciertas pictografías de las cuevas nos recuentan burlonamente –sin que lo percibamos en esa secuencialidad suya heredada por la historieta– las cuitas de los cavernícolas de a pie y sus ásperos criterios sobre el despotismo de otro tiempo.

En Cuba, entre su “natural” refocilamiento en el choteo y la propagación de un malestar gemelo de los países del exbloque socialista, la escisión entre discurso ideológico y cotidianidad ha hecho prender el chiste político con el mismo esplendor del marabú, porque también aquí nos habla de la crisis de identidad y pérdida de credibilidad de las instituciones. Avivado el goce de contarlo y escucharlo por el tabú de la hipocresía y la doble moral, y por un ejercicio permanentemente castrado de la crítica como parte de la libertad de expresión, el chiste sobre nuestro contexto, sobre el “yo y sus circunstancias”, es diversión de casi todos, a voz en cuello o a puertas cerradas, mientras que la prensa –plana de suyo– y otras publicaciones se regodean en los clásicos ataques de desprestigio a “los otros”.

Tanto como la carga de civismo (lúdica y amarga) que pretende insuflarnos Garrincha, me interesa apuntar un par de rasgos de su corpus. La palabra síntesis los define a ambos. Sintético es el trazo del humorista cuando hace a un lado la paleta y se queda apenas con el blanco y negro de los dibujos a lápiz. Sintético es ese garrapateo fugaz que lo domina y que tan bien domina él, cuando deja a un lado el color y traduce en bocetos nerviosos, enmarañados, a ratos tan peliagudos como sus parlamentos, la realidad que lo embarga.

Llego así a la segunda y principal característica que me subyuga de Garrincha: el fraseo de sus personajes. Pues sintética es igualmente su imitación gustosa, “relambía” del habla cotidiana del cubano. El acento, la emoción, la economía lingüística, el apuntalamiento de la fuerza de su discurso en el tono, la rapidez de unas ráfagas que no sólo recuerdan el repiquetear habanero de los diálogos, eso y más se siente entrechocar en las transcripciones, entre fonéticas y fonológicas, que consigue. Ese moldearse de la palabra a la dicción me hace recorrer con cierto frenesí sus caricaturas en Instagram, por paladear cómo la brevedad vocal es captada por su oído tanto como el escorzo visual es bebido por su ojo y devuelto a mano, con vibrante velocidad en muchos de los cuadros.

Sarcasmo, política y amor (a la m/patria, al cuerpo, a la fe…) se entrelazan en estas páginas de Garrincha que más que hojearse se navegan desde Cuba, los Estados Unidos y distantes o cercanas geografías, y cuyos comentarios o likes permiten al dibujante afilar la mano y acendrar la lengua. Sin regateos y disfrutando de su libertad de opinar sobre los aconteceres que vapulean al mundo, su mueca corretea irrefrenable, como si jugara un partido de fútbol infinito, haciéndole honores a quien le diera nombre a principios de los ochenta e intentando acertar en la portería, para alegrarnos con risa. Una carcajada la mar de las veces reflexiva, de las que dejan pensando, de las que hacen que nos ojeemos por dentro.

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JAMILA MEDINA RÍOS
Jamila Medina Ríos en poesía: Huecos de araña (Premio David, 2008), Primaveras cortadas (México D. F., 2011), Del corazón de la col y otras mentiras (La Habana, 2013), Anémona (Santa Clara, 2013; Madrid, 2016), País de la siguaraya (Premio Nicolás Guillén, 2017), y las antologías Traffic Jam (San Juan, 2015), Para empinar un papalote (San José, 2015) y JamSession (Querétaro, 2017). Jamila Medina en narrativa: Ratas en la alta noche (México D.F., 2011) y Escritos en servilletas de papel (Holguín, 2011). Jamila M. Ríos (Holguín, 1981) en ensayo: Diseminaciones de Calvert Casey (Premio Alejo Carpentier, 2012), cuyos títulos ha reditado, compilado y prologado para Cuba y Argentina. J. Medina Ríos como editora y JMR para Rialta Magazine. Máster en Lingüística Aplicada con un estudio sobre la retórica revolucionaria en la obra de Nara Mansur; proyecta su doctorado sobre el ideario mambí en las artes y las letras cubanas. Nadadora, filóloga, ciclista, cometa viajera; aunque se preferiría paracaidista o espeleóloga. Integra el staff del proyecto Rialta.

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