Víctor Patricio Landaluze: Mulata de rumbo, 1881
Víctor Patricio Landaluze: Mulata de rumbo, 1881

Parecería, el título, un juego de palabras para la enseñanza a infantes sobre el uso de la letra c. Pero no es sino la síntesis de los elementos que se unen en esta nueva aparición de la columna Cubañejerías: de Catalina Rodríguez de Morales se presenta un texto sobre Cecilia Valdés, la inmortal creación de Cirilo Villaverde que esboza, con suma maestría descriptiva y narrativa, un fresco sobre un momento de la época colonial en Cuba. Despejado el enigma, no desearía que quienes visitaran la columna en esta segunda ocasión llegasen a pensar, al ver nuevamente acogida por ella un texto de autoría femenina sobre otra mujer –esta de ficción, pero ¡cuán real en el imaginario popular cubano!–, que se pretende hacer campaña feminista o cosa por el estilo. Nada más alejado de las intenciones del autor. Ocurre, simplemente, que en este año que va finalizando se han conmemorado aniversarios “cerrados” en torno a Cirilo Villaverde (1812-1894) y a su opera magna: Cecilia Valdés (1882). Ambas efemérides serían, en sí mismas, motivos más que justificados para traer a esta columna el artículo de Catalina Rodríguez de Morales. ¿Qué valores per se pueden atribuirse a este acercamiento a Cecilia Valdés casi coetáneo con el año de la edición príncipe de su versión definitiva? En primer lugar, un valor histórico-epocal: hasta donde se conoce hoy (y se toma como referencia la “Bibliografía de Cecilia Valdés”, de Tomás Fernández Robaina, Revista de Literatura Cubana, enero-julio, 1984, pp. 102-127) se trata del primer análisis crítico sobre la versión definitiva de la novela de Villaverde en un órgano periodístico diario de Cuba, apenas dos años después de su edición en Nueva York, y hallado casualmente, no ha mucho, mientras rastreaba la presencia de Martí en la prensa cubana, en el Diario de Matanzas (2 de noviembre, 1884) y reproducido en La Voz del Guaso (Guantánamo, 27 del mismo mes y año), que lo estimaba “escrito con bastante maestría e imparcialidad”. Es cierto que, según se consigna en la citada bibliografía de Fernández Robaina, antes había salido otra crítica a Cecilia Valdés en Cuba (con atribución no segura a Juan Ignacio de Armas), pero esta debió tener menor irradiación hacia el público lector por haber aparecido en la revista habanera El Museo (números 47 y 49, octubre 21 y noviembre 4, 1883), de la cual De Armas era redactor. También anterior es una nota en Revista Cubana (abril, 1884), pero en este caso se trata sólo del anuncio de que se estaban agotando los ejemplares en venta en La Habana. No hay nuevas referencias al respecto hasta diciembre de 1886 cuando la Revista Cubana reprodujo un extenso estudio de Diego Vicente Tejera que había visto la luz inicial ese año en la revista neoyorquina La América, de amplia circulación en la Isla. No se duda de que puedan hallarse en la prensa insular de entonces otros comentarios, anteriores o cercanos a este de Catalina Rodríguez de Morales en torno a la novela de Villaverde, pero al parecer nadie se ha tomado el trabajo de hacer la pesquisa y, si se ha hecho, no se ha dado a conocer. En resumen, mientras no se demuestre lo contrario, este artículo que se presenta aquí, ahora, más allá de su presumible valía como análisis crítico sobre una obra cubana relevante de ese preciso momento, escrita y publicada en el extranjero (¡qué ejemplo para nuestra contemporaneidad!), posee el indiscutible mérito de ser el primero en el tiempo –y el único por largos años– aparecido en un órgano periodístico diario de Cuba, lo que ampliaba su radio de acción hacia el público lector de entonces, más cuando consta su reproducción casi simultánea en, al menos, otro diario de la Isla.

A ello debe sumarse el que se deba a una escritora, en época en que, al menos en Cuba, si bien ya la mujer había ganado espacios en la prensa para sus poemas y narraciones folletinescas, para sus comentarios de modas y otras “feminidades” destinadas en lo fundamental a sus congéneres recluidas mayormente entonces en el hogar, no era frecuente entre ellas el ejercicio del criterio en torno a obras literarias ajenas, fuesen estas nacionales o extranjeras. Claro, había el antecedente de la inmensa Gertrudis Gómez de Avellaneda en las páginas de su memorable Álbum cubano de lo bueno y lo bello (1860), editado en La Habana durante su estancia en la Isla en aquellos años previos al estallido de Yara. Para justipreciar el aporte de este texto fundacional de la exégesis femenina sobre la novela de Villaverde, debe tomarse en cuenta, siempre con Fernández Robaina como fuente de información, que habría que esperar algo más de seis décadas para ver aparecer otra aproximación femenina a la obra: el libro de Loló de la Torriente, La Habana de Cecilia Valdés (1946).

Por último, esta exégesis temprana y pionera de Cecilia Valdés debida a la pluma de Catalina Rodríguez de Morales cobra más relieve si se considera que uno de los aspectos de la obra en que más se detiene en su comentario –la esclavitud– no había desaparecido del todo en Cuba (no lo haría hasta 1886), aunque ya se venían dando pasos hacia ello. A la extinción de la esclavitud dedicaría, cuando fuese definitivamente abolida, el soneto “Redención”, que copiamos in extenso:

Ya del látigo vil, oh, Cuba amada!
No resuena en tus campos el crujido,
Ni se llevan tus brisas el gemido
De la madre vendida y azotada.

Ya el fiero mayoral la fusta airada
Ve rota en mil pedazos confundido,
Y contempla de rabia estremecido,
Su encallecida diestra desarmada.

Ya el cepo aterrador los pies no oprime
De la raza infeliz envilecida,
Ni el husmeante mastín le clava el diente,

¡Oh, gloria! Ya el esclavo se redime;
Ya no llevas, ¡oh, patria combatida!
El sello de Caín sobre la frente.

(El País (diario autonomista), Órgano de la Junta Central del Partido Liberal,
La Habana, 16 de octubre, 1886, p. 3)

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Aunque publicara el poema en un diario autonomista, no debe pensarse que la autora comulgara con esta tendencia ideopolítica. Catalina Rodríguez de Morales (Madruga, 1835 – Santa Clara, 1894) fue una decidida independentista que durante su exilio a partir de 1869 junto a su segundo esposo, Sebastián Alfredo de Morales, recorrió varios países de América Latina, en los cuales escribió numerosos textos y publicó libros bajo su seudónimo Yara –toda una declaración de su filiación política. Fue una escritora que gozó de cierto aprecio en su época. Martí la cita en una relación de autores de América Latina (Obras completas, tomo 22, Fragmentos, Editorial Nacional de Cuba, 1965, p. 173). En años relativamente recientes ha comenzado a ser revalorizada, como evidencia su inclusión en las antologías de lírica femenina Poetisas cubanas (al cuidado de Alberto Rocasolano, 1985) y Mi desposado el viento. Antología poética (de la autoría de Cira Romero, 2006), así como en Cuatro novelas colectivas (también a cargo de Cira Romero, 2009), libros publicados todos por la Editorial Letras Cubanas. Quien escribe había dado a conocer en las páginas del “tabloide literario cultural”, Juventud, de la Dirección Municipal de Cultura de Madruga, un trabajo de corte biográfico en dos partes titulado “Una escritora de Madruga en el siglo XIX” (nov.-dic., 1979 y ene., 1980), al que seguía otro de Rafael del Valle enfocado en su producción lírica. Y aun antes, un poema suyo había sido incluido por Cintio Vitier y Fina García Marruz en Flor oculta de poesía cubana (siglos XVIII y XIX) (Editorial Arte y Literatura, 1978).

No queremos hacer más extensa esta presentación. Habría mucho que añadir sobre la azarosa existencia de Catalina Rodríguez de Morales y sobre su amplia y variada producción literaria en Cuba y el extranjero, pero ello debe quedar para otro momento y lugar. Sirva esta presencia suya en Cubañejerías como modesto homenaje a ella, precursora en los estudios femeninos sobre la Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde, en el año en que obra y autor celebran nuevos cumpleaños. Sirva también para exhortar a la compilación y estudio de su legado literario que está requiriendo atención especializada.

 

CRÍTICA LITERARIA
CECILIA VALDÉS
Novela cubana por Cirilo Villaverde
NUEVA YORK: IMPRENTA “EL ESPEJO” 1882
JUICIO LITERARIO[1]

Profunda impresión ha dejado en nuestro ánimo la novela original de un hijo de Cuba, y cuyo título encabeza estas líneas.

La pintura que en ella presenta de las costumbres cubanas, en la época a que se refiere, no puede ser más gráfica. Al leer dicho libro, parece que estamos mirando pasar ante nuestra vista, como por medio de un kaleidoscopio, aquellas fincas azucareras del año 40, con sus trapiches de madera, con sus esclavos sudorosos y escuálidos y con sus bueyes cruelmente aguijoneados.

El Sr. Villaverde es un gran observador: en la obra a que aludimos, no solo pinta de la manera más exacta, sino que se identifica con los personajes que describe, al extremo de remedarles el estilo y el lenguaje con extraordinaria propiedad.

¿Queréis ver otra vez aquella era de sangre y oro? Leed a Cecilia Valdés. De sangre y oro decimos, porque en tales tiempos las riquezas de Cuba se ostentaban en todo su apogeo; pero también imperaba en su más alto grado de ferocidad, la cobarde tiranía del amo contra el esclavo.

El ingenio “La Tinaja” que con mano maestra describe el Sr. Villaverde, da el verdadero tipo de las bárbaras crueldades que entonces se cometían con los individuos de la raza africana, en esta tierra que siempre ha llevado el dulce nombre de hospitalaria.

Ved a los poderosos dueños del ingenio durmiendo sosegadamente sobre el mullido lecho, mientras el fiero mayoral D. Liborio despedaza a cuerazos las carnes de los míseros esclavos, con cuyo sudor se había convertido dicha finca en un emporio de riqueza. Vedlos alegres, festivos, bulliciosos, sentados a la opípara mesa, saboreando exquisitos manjares y paladeando deliciosos licores, ¡al son del látigo vil!

¡Y tú, Dios de los cielos! ¿dónde estabas?

Tan aferrados vivían los blancos a la errónea idea de que los negros no eran seres racionales y sensibles, que el codicioso cuanto desalmado negrero D. Cándido Gamboa, les llamaba bultos e imaginaba ser lo más natural y sencillo, arrojar a los mares algunos de los que traía de África, cuando los buques ingleses le daban cara por oponerse al horrible atentado de que los trajesen a nuestras playas para hacerlos trabajar sin treguas, y cargarlos de grillos y de ignominia.

Tan criminal época pasó felizmente, y pasó para no volver; empero el ilustrado Villaverde la dejó estereotipada en Cecilia Valdés. Cuando a nuestras generaciones pasada y presente, sucedan otras nacidas en el seno de la verdadera civilización y de la santa libertad, al leer dicho libro, exclamarán asombrados hombres y mujeres:

“¡Cuán bárbaras eran las gentes de aquellos tiempos!”

El talento imitativo y descriptivo que resalta en la obra a que hacemos alusión, es indisputable; no hay nada más natural que el lenguaje de la parda Nemesia, el de la anciana Chepa y el de los rústicos mayorales D. Toribio y Moya; ni nada más patético que la pintura del cafetal “La Luz”. Sus verdes campos parecen palpitar llenos de vida y frescura antes nuestros ojos, y hasta creemos percibir el suave aroma de las flores del café empapadas en el rocío de la noche.

En la descripción del ingenio “La Tinaja”, hay cuadros de opuestos coloridos que hacen pasar al lector, de las sensaciones más gratas a las impresiones más dolorosas: es un vaivén de emociones encontradas, que ya lo deleitan o ya lo entristecen: tan pronto cree contemplar aquellos hermosos campos embellecidos con la pajiza flor de la caña y fecundados por el hálito de una naturaleza exuberante, como le parece escuchar la historia conmovedora de la infeliz María de Regla Santacruz, o se figura estar presenciando la agonía del mártir Pedro, ¡aquel “Cristo de ébano” que murió aprisionado en el infamante cepo, a consecuencia de las mordeduras de los perros que le azuzó la partida de D. Francisco Estévez, perseguidor de negros cimarrones!

Cecilia Valdés asume el carácter de la novela; pero los acontecimientos que describe son tan verosímiles, que nadie que haya alcanzado aquellos tiempos, dejará de haberlos presenciado exactamente iguales.

En la joven Cecilia nos retrata el autor, la situación anómala y embarazosa de las infelices mestizas, que por ser mitad blancas y mitad negras, no saben en cuál esfera colocarse; pues el hombre blanco las cree sus inferiores, y ellas se creen superiores al hombre negro: son unas víctimas que viven como suspendidas en el vacío, y que, la mayor parte de ellas, van rodando al abismo de la inmoralidad, cuando cansadas de luchar con su extraño destino, se convencen de que no es posible que encuentren en el mundo su centro de gravedad.

Cecilia Valdés 1882 portada e1511997142535 | Rialta
Portada ʻCecilia Valdésʼ (1882)

Otro personaje perfectamente delineado encontramos en dicha obra: el joven Leonardo Gamboa, malcriado imbuido en todas las pueriles vanidades de su época y en el despotismo execrable que veía desplegar en su casa con los inermes siervos. Vedlo acabado de llegar de una fiesta, en las altas horas de la noche, ataviado todavía con el lujoso traje de etiqueta, impregnado aun del perfume virginal que sobre él habían exhalado sus lindas compañeras de baile, enarbolar la cuarta contra su joven esclavo Tirso, y no abandonarla hasta que no le faltaron las fuerzas para proseguir tan infame tarea. Vedlo en “La Tinaja” echarle el caballo encima al anciano Caiman, solo por haber faltado de su puesto un momento. Vedlo en fin, desmelenado y colérico saltar furioso de la cama y arrojar con violencia un libro al mismo esclavo Tirso, porque fue a despertarle, obedeciendo al expreso mandato de su amo principal D. Cándido Gamboa. ¡Tanta juventud, tanta vida y tantas ilusiones, mezcladas en aquel hombre, con tanta fiereza!

Parece mentira que semejante tipo haya podido existir, y sin embargo, en la época aludida, lo raro era no ser así. Se vivía entonces en un oscurantismo tal, que hasta las señoras y hasta las más delicadas vírgenes, alardeaban de ser tiranas con los esclavos; y eso que no era solamente el fanatismo del color lo que predominaba en aquella fecha; también predominaba el religioso; pero ¡qué contrasentido! al infortunado esclavo lo mismo lo castigaba su duro dueño cuando acababa de salir de misa, que después de haber confesado y comulgado; lo mismo a cualquier hora de la noche, después de haber rezado la novena, que al levantarse por la mañana acabado de entontar con religioso acento la oración de rigor “Dios nos dé muy buenos días y parte en su santísimo reino”. ̶ Es decir, el rosario en la mano y el diablo en la capilla. ¡Oh, cuán cierto es que la ignorancia carece de lógica!

¡Gracias al sublime Arquitecto del Universo, porque hemos arribado al fin a un grado de civilización en que se han suprimido las bárbaras preocupaciones y con ellas los bárbaros castigos, tan a mansalva y tan sin conciencia descargados sobre la oprimida raza negra; y gracias al Sr. Villaverde por habernos dejado en su cuadro sombrío, como él llama a Cecilia Valdés, el indeleble recuerdo de tan amargas verdades, que es bueno conservar para dedicarles nuestro lamento eterno y nuestra enérgica protesta!

También cabe al Sr. Villaverde la gloria de haber sido el iniciador de la novela cubana. Por los años 40 y 48 hizo sus primeros ensayos en La joven de la flecha de oro, “El ciego y su perro”, La peineta calada &.

Muchos esfuerzos tuvo sin duda que emplear para dar movimiento y comunicar interés a obras de este género, en un círculo tan estrecho como el nuestro, que aun hoy mismo no cuenta, como no sea la miseria, con grandes acontecimientos sociales, ni esos grandes movimientos literarios, ni con teatro, en fin que preste recursos a la inventiva del novelista.

Los cubanos no podemos aspirar a poseer un Lamartine o un Balzac &: nuestras aspiraciones, por ahora, tienen que reducirse en el campo de la novela, a presentar una pluma fácil y entusiasta como la del Sr. Cirilo Villaverde, que si no ha podido desarrollar en las suyas grandes tramas, por deficiencia de intrincados asuntos en nuestra esfera social, al menos nos ha dejado en Cecilia Valdés el retrato de una época, con sus añejas costumbres y su pasado esplendor.

Las épocas pasan, pero quedan estereotipadas en la Historia, en el teatro y en la novela. Nadie conocería hoy a la España de Recaredo y de Witiza, ni a la Cuba de Velázquez y Ricafort, sino en el teatro, en la novela y en la Historia, que concienzudamente recopila y guarda los acontecimientos de los pueblos para que se conserven incólumes de siglo en siglo.

Mañana Cecilia Valdés, será no una historia civil ni política; pero sí la tragicomedia o sea la pintura moral del pueblo cubano en sus tiempos de atraso, con sus barracones o bazares al estilo de los de Egipto y de Turquía.

Para dar la medida del adelanto de un pueblo, es preciso irlo pintando, como quien dice, día por día y hora por hora; solo así puede calcularse cuáles sean sus aptitudes para avanzar en la senda del progreso. ¡Cuántas diferencias entre la Cuba primitiva con sus mastines husmeadores, con sus trapiches de madera, con sus asientos de baqueta colorada, con sus esclavos aherrojados, con sus penosas vías de comunicación y con sus velas de sebo; y la Cuba de hoy, cruzada por multitud de líneas férreas, alumbrada con gas, contando con infinidad de imprentas en su seno, y con el noble deseo, más vivo cada día, de elevarse a la altura del verdadero progreso. Es verdad que para que lleguemos a tan soñada meta nos falta mucho que luchar; pero ¿quién sabe todo el bien inesperado que entre sus misteriosos arcanos puede encerrar nuestro porvenir?

El cielo conceda dilatadísima existencia a nuestro distinguido compatriota el Sr. Villaverde, para que así como ha narrado dolorosos acontecimientos de nuestro antiguo estado moral, pueda, en mejores días, trazar de esta su patria, cuadros rebosantes de ilustración, de heroísmo y de felicidad.

CATALINA RODRÍGUEZ DE MORALES
Matanzas, Octubre 26, 1884

Tomado de Diario de Matanzas, periódico liberal, 2 de noviembre de 1884, pág. 2. Reproducido en La Voz del Guaso, Guantánamo, 27 de noviembre de 1884, pág. 3.

Notas:
[1] Copia fiel del original salvo en lo concerniente a la ortografía, que se ha modernizado.

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RICARDO HERNÁNDEZ OTERO
Ricardo Luis Hernández Otero (La Habana, 1946) es investigador y profesor universitario. Por cuatro décadas laboró en el Departamento de Literatura del Instituto de Literatura y Lingüística de Cuba. Sus campos de especialización comprenden aspectos como la prensa cubana, el vanguardismo y la obra de José Martí, entre otros. Es coautor, con J. Domingo Cuadriello, de Nuevo diccionario cubano de seudónimos y autor de las compilaciones Escritos de José Antonio Foncueva, Revista Nuestro Tiempo, Crónicas [de Excelsior] de Alejo Carpentier, Sociedad Cultural Nuestro Tiempo: resistencia y acción, Mirta Aguirre: España en la sangre; España en el corazón. Actualmente se desempeña como Jefe de una Redacción en la Editorial Nuevo Milenio y está al frente de la Revista de Literatura Cubana en su nueva época.

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