Al amigo húngaro desconocido de residencia en Artista X Artista

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‘Colección para la Revolución Cubana, 1956’, Artista húngaro desconocido (Foto: Artista X Artista)

El espacio Artista X Artista inició el año 2020 con la apertura de una nueva plataforma de intercambio. En esta ocasión asociados a tranzit.hu, una red de trabajo y colaboración independiente, abierta a diferentes manifestaciones artísticas, literarias, teóricas y a otras expresiones creativas. El artista húngaro Marko Rodics es el primer residente de este intercambio en La Habana y el autor de la exposición Amistad cubano-húngara // Kubai-Magyar Barátság, que el pasado 31 de enero inauguró AXA en su sede.

Rodics llegó en busca –según nos cuenta– de la Cuba comunista, exportadora de naranjas y azúcar de caña a los socios del CAME. Al parecer, el estereotipo de aquella “dulzura tropical” quedó metabolizado en el imaginario popular de su país. Un impulso suyo lo demuestra –¿consecuente o arbitrario?–: nos brinda jugo de naranja concentrado (Naranja cubana, 1989, atribuida a un “Artista húngaro desconocido”), servido en floreados vasos artesanales (merolicos), dispuestos sobre un pedestal (imitación de alguna cafetería del Estado). Quizás para el artista foráneo esto represente una cautivadora instalación que evoca experiencias de su infancia y adolescencia. Pero desde la caída del muro de Berlín hasta hoy ha llovido bastante, y más en nuestro suelo donde, paradójicamente, esa agua mermó la producción nacional de cultivos. Ya no existe tal “naranja cubana”. Y cualquier metáfora nostálgica, asombro turístico o reflexión histórica queda desplazada por la realidad de la Cuba de hoy.

¿Pero cuál es la relación entre Cuba y Hungría en la actualidad? ¿Qué ha pasado con aquella amistad entre los pueblos comunistas? Son preguntas básicas, pero a la vez fundamentales para dotar de sentido el título de la expo.

Naranja cubana 1989’ Artista húngaro desconocido | Rialta
‘Naranja cubana, 1989’, Artista húngaro desconocido

Marko Rodics intenta responder las interrogantes con un conjunto de once piezas, creadas desde una impronta objetual contemporánea que incluye collage, apropiación de imágenes, juegos y artificios conceptuales. Por una parte, en sus tópicos se encuentra la manipulación de íconos nacionales para ambos pueblos, como en Diálogo, 1972 06 06 (del mismo, o de otro, “Artista húngaro desconocido”), donde Fidel Castro y János Kádár se saludan en el aeropuerto, a propósito de la visita del mandatario cubano a Hungría. Por la otra, resucita ideas peregrinas que en su momento formaron parte de aquella vorágine de “amistad entre los pueblos” y de la masificación de la ideología comunista; ideas que se pasean por la historia como un absurdo. Este es el caso de Colección para la Revolución Cubana, 1956 (otra vez del “Artista húngaro desconocido”), que presenta una alcancía con forma de cerdito, usada en el año 1956 en Hungría para recaudar fondos destinados a la naciente Revolución cubana.

Siguiendo la lógica que imponen las fichas técnicas que fechan las piezas en el pasado, y la hoja de sala que atribuye la exposición a Marko Rodics, “un artista desconocido”, se nos plantea la incógnita de quién es el que realmente llega a La Habana de 2020 y se pone a observar “la continuidad” del régimen socialista cubano, comparándola con los fantasmas soviéticos que aún rondan la actual Hungría de derecha. ¿Reflexiones visuales contundentes o analogías huecas? ¿A qué tipo de juego nos enfrentamos en esta muestra? ¿Quién es el visitante que llega y hace las preguntas incómodas sin que le veamos la cara? ¿Quién es Marko Rodics?

Marko Rodics es un anagrama, una construcción, un seudónimo creado por Mark Radics, el artista detrás del personaje. Nació en el año 1977 a las afueras de Budapest y vivió toda su infancia bajo el sistema socialista soviético, con las características atípicas de Hungría. Se graduó del Departamento de Intermedia de la Universidad de Bellas Artes de su país en el año 2011. Desde entonces, ha centrado su trabajo en la posibilidad subversiva del arte, en la apropiación de símbolos y su refuncionalización. Declara en su statement asumir el objeto como “detonante de crítica social y lecturas antisistémicas”. Ha estado activo en el terreno del arte desde el año 1995, exponiendo en países como Hungría, Finlandia, Portugal, Alemania, Republica Checa y Austria.

La relación que Mark Radics establece con otros supuestos autores (Marko Rodics y el resto de los “desconocidos”) no es una idea nueva, aunque está más vigente que nunca. Nos hace volver a la pregunta foucaultiana ¿qué es un autor? Con ella, el artista declara la necesidad personal de cuestionar los efectos de su trabajo en la sociedad actual, y, como consecuencia, reconoce que muchas de sus piezas carecen de sentido real. Por eso subvierte la temporalidad de las obras, en un juego de fechas históricas, como si deseara vivir tiempos interesantes, como reza la maldición china, renegando de la “banalidad” de los temas contemporáneos. Pero ahí está la Europa actual, ineludible, donde comienzan a asomar “viejos pánicos”: radicalización de la derecha y de la izquierda, extremismo islámico, emigración incontrolable, xenofobias, discriminación, crisis económica-financiera y recientemente el Brexit, como una bofetada al fraternal sueño de la Unión Europea. Y me pregunto si no es así, añadiendo al imaginario soviético-comunista alguna de esas problemáticas actuales, que las obras de Radics cobran el “sentido real” que él dice no hallar.

Alejando las suposiciones, analizando lo que se muestra hoy en Artista X Artista, pienso que –y me aventuro a resumir el statement de la expo– a veces la crítica más contundente sobre el presente es la re-presentación del pasado, lo más fiel a como fue, lo más parecido a como se experimentó, lo más cercano a cómo se sufrió. Consciencia es un ejemplo al respecto. También asignada a un “Autor húngaro desconocido” y fechada en el año 1992, en ella se ve cómo los rasgados sobre la bandera de Hungría dibujan sutilmente la bandera cubana. Una aliteración visual para hablar de la década de los años 90 y lo que esta significó para ambos países. Años de quiebre total: Hungría intentaba mantener sus fronteras y construirse a sí misma como nación independiente; Cuba, aunque lejos del epicentro del derrumbe soviético-comunista, sentía tambalear sus estructuras socialistas y padece un viacrucis económico, político y social que aún persiste. Consciencia debió ser creada en aquel momento –afirma Radics, volviendo a esa ausencia de “sentido real-temporal” de alguna de sus obras– y tal vez debe ser revisitada hoy. Signadas con semejantes pesares, sus obras aparecen como deudas con la historia que deben ser saldadas, o al menos así él quiere presentarlas. Gravitan en esa incertidumbre temporal-histórica, donde uno de sus posibles autores se toma la libertad de ubicarlas. Imantan antiguas maldiciones.

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Mark Radics se declara un artista “no-nostálgico”. Aunque su mirar continuo al pasado (Segunda Guerra Mundial-cambio de régimen en Hungría), hace inconsistente esa afirmación. La nostalgia es el pulso de la imagen histórica. Así, por definición, el arte historicista es nostálgico. Conocemos bien este fenómeno, el de los artistas que desangran la historia para condensar esa sabia tan cotizada en las instituciones del arte contemporáneo: nóstos (‘regreso’) – álgos (‘dolor’). Como en el caso de varios creadores cubanos, Radics se sirve del desván de íconos nacionales, ideológicos e históricos que tiene cada país excomunista. Indiscutiblemente, sus obras se benefician de los efectos que dicho imaginario aún suscita.

Según se lee en su página oficial, tranzit.hu es una “network [que] tiene una estructura policéntrica, formada a partir de un colectivo de unidades locales autónomas que cooperan a través de diversas fronteras: de lenguajes, medios, mentalidades, naciones y de historias”. Existe desde el año 2002 y funciona entre los países de Hungría, Austria, Rumania y las Repúblicas Checa y Eslovena. Sus propuestas abogan por crear un entramado horizontal, diferente al concepto de institución y de proyecto independiente manejado en Cuba, donde las estructuras, aun dentro del terreno del arte, mantienen jerarquías verticales que limitan sus potencialidades. Por ello se agradece la presencia de instancias extranjeras como esta por nuestros predios, aunque no debería bastar sólo con ella y sus acciones –ya se sabe que, como parte del programa 2020-2021 que propicia Artista X Artista, tres artistas cubanos serán acogidos por la sede de tranzit.hu en Budapest–. Presentar, divulgar y promover más a menudo entidades como tranzit.hu en nuestro contexto, hablar de sus presupuestos y su modus operandi, no estaría de más para aquellos curadores, gestores de proyectos, y para los propios artistas, que tratan de autogestionar propuestas culturales en la isla. Mark Radics, que la anda conociendo, debe estar de acuerdo conmigo.

Me inclino a pensar entonces que a Radics le interesa develar una suerte de lenguaje común poscomunista que pervive arraigado en el inconsciente colectivo de aquellos que vivieron los tiempos de la hoz y el martillo. Presiento que, en el reconocimiento de esas imágenes por parte del público, él aspira a una identificación y confraternización de varias generaciones. Vale la pena interrogarse: ¿los más jóvenes hemos recibido el legado poscomunista?, ¿es trauma o estética folclórica-vintage? Las obras de Mark Radics se debaten en esa encrucijada, al igual que el trabajo de muchos artistas cubanos. Y claro que todo esto vende… Occidente está dispuesto a comprar los restos-souvenirs de la ideología que una vez fue su rival.

Mis padres me contaron en alguna ocasión que en sus años de infancia en la escuela les pedían que escribieran cartas a amigos desconocidos de países del Campo Socialista. A mí la obra de Radics me hace querer hacer lo mismo. Por cierto, querido amigo húngaro: ¿encontró naranjas?

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